Los adolescentes y adultos jóvenes consumen alcohol con el propósito de tener mejores relaciones sexuales. Esa es la conclusión de un estudio Europeo con más de 1.300 jóvenes de entre 16 y 35 años. La investigación -publicada en la revista online BMC PublicHealth- afirma que 35% de los hombres estudiados y 25% de las mujeres toman alcohol para incrementar sus posibilidades de tener relaciones sexuales.
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El alcohol se ha considerado como un poderoso estimulante y/o excitante sexual, pero en los trabajos de investigación llevados a cabo se ha constatado que, tanto en hombres como en mujeres, produce efectos negativos sobre las señales fisiológicas de excitación sexual. En el hombre, dosis pequeñas producen efectos sobre la calidad de la erección y disminuye el goce y la intensidad del orgasmo masculino. Por otra parte, en las mujeres, incluso ingerido con moderación, dificulta la respuesta excitatoria y orgásmica.
Como depresor del sistema nervioso central, los resultados son claramente apreciables tras la ingestión de pequeñas cantidades de éste. La mayor parte de las personas considera que el alcohol es estimulante y que aumenta su capacidad para la respuesta sexual (o al menos así lo perciben), pero esto puede deberse a su efecto desinhibidor.
Los resultados de la revista online anteriormente citada mostraron que virtualmente todos los participantes bebían o habían bebido alcohol y habían tomado su primer bebida cuando tenían 14 o 15 años. Además, 75% de los encuestados habían probado o consumían marihuana, mientras que 30% había probado o usaba éxtasis o cocaína, pero que “en general, el alcohol es la sustancia más utilizada por los jóvenes para facilitar un encuentro sexual”.
“Mientras que es más probable que la cocaína o la marihuana se usen para aumentar las sensaciones y el placer sexual”, dice el estudio. Lo más preocupante, afirman los autores, es que bajo la influencia del alcohol o las drogas, los jóvenes están más en riesgo de tener relaciones sexuales sin protección. La investigación reveló en todos los países que el consumo de alcohol y drogas en edad temprana estaba estrechamente vinculado al haber tenido relaciones sexuales antes de los 16 años, en particular las niñas.
Aunque el estudio mostró variaciones en la popularidad de distintas drogas entre los países, más de 25% de los jóvenes que consumían cocaína dijeron que la utilizaban para prolongar el acto sexual. “Pero es claro que los jóvenes ven el alcohol, las drogas y el sexo como parte de la misma experiencia social y por lo tanto se necesita dirigir ambas estrategias de manera conjunta”, dicen.
El alcohol como depresor del sistema nervioso central disminuye el funcionamiento de niveles superiores del cerebro, permitiendo una mayor autonomía de centros inferiores, entre ellos los implicados en las respuestas emocionales. De esta forma las emociones se amplifican por disminución del efecto modulador de los centros superiores. El alcohol, al desinhibir las funciones cerebrales de filtro, facilitaría la aparición del impulso sexual, pero dado que también inhibe partes del SNA (Sistema Nervioso Autónomo), implicadas en la respuesta de erección, dificulta el que esta pueda llevarse a cabo y en consecuencia dificulta las relaciones sexuales.
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Los efectos fisiológicos del abuso del alcohol producen deterioro orgánico, a veces esporádico, en el funcionamiento sexual del hombre. Un ejemplo de ello es la disfunción eréctil. Esta situación puede ser vista como un fracaso por el hombre que la padece y motivo de conflicto con la pareja, generando secundariamente estrés de rendimiento, ansiedad, baja autoestima, nueva ingesta de alcohol, etc, provocando un círculo vicioso que puede llevar al desarrollo permanente de una disfunción sexual y/o relacional en el hombre. Así, evitará contactos posteriores y si los hay, el hombre se preocupará de si tendrá o no una erección adecuada. Ese miedo dificultará el que esta se dé, lo que a su vez generará mayor ansiedad y temor al fracaso cara a posteriores contactos. Cuando este círculo vicioso aparece, es difícil romperlo.
El consumo continuado de cantidades de alcohol elevadas puede producir además trastornos endocrinos, neurológicos y vasculares irreversibles, provocando un daño global al individuo tanto en su relación con la sociedad, sus pares y con su pareja reduciendo de forma permanente la respuesta sexual.
Nueva Mujer
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