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Cuenta Román que, cuando niño, la quietud de la noche amazónica peruana era interrumpida por el barullo de Gocta, una catarata a la que no se acercaban por temor a la sirena que, según la leyenda, allí vivía.
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“No nos dejaba dormir a veces, y decíamos: ‘seguramente ha llovido por la parte alta’, y por eso crece y no nos deja dormir. En las noches, cuando hay silencio se escucha clarísimo hasta el pueblo”, dice a la AFP el presidente de la Asociación Comunal de Turismo San Pablo-Gocta, Román Pérez Mendoza.
Nadie se atrevía a subir para medirla. Pero en 2002 el investigador alemán Stefan Ziemendorff llegó a la zona a visitar unos sarcófagos hechos sobre piedra por los antiguos chachapoyas, una cultura preinca en la región Amazonas, en el noreste de Perú. Desde la montaña de enfrente vio el inmenso hilo de agua.
Volvió luego en 2005, y fue llevado hasta un mirador natural por un lugareño del poblado de Cocachimba, uno de los más próximos a Gocta. Aprovechando un nuevo viaje de trabajo en 2006, subió para medirla.
“Nos pareció curioso que los pobladores que nos guiaban se negaran a llevarnos hasta la catarata, dejándonos a una hora de caminata por el lecho del río; en ese entonces todavía no había camino”, cuenta a la AFP Ziemendorff, quien actualmente reside en Perú.
“A nuestro regreso al pueblo de Cocachimba nos enteramos de que el comportamiento de los pobladores se debía a un temor fuerte a una sirena rubia que habitaba la poza de Gocta”, recuerda el alemán, que prepara un libro con sus experiencias.
¿Cuánto mide Gocta?
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La medición dio 771 metros de altura en total, en sus dos caídas. La primera mide 231 metros y la segunda, 540. Esta última califica como la quinta mayor caída libre de agua del mundo, según el World Waterfall Database. La primera es la del Salto Ángel, en Venezuela, con 807 metros.
Un valle de cataratas
Ziemendorff recuerda que las comunidades prehispánicas del sector tenían en las cataratas sus lugares de adoración. Pero tras la conquista española, la evangelización sembró la historia de las sirenas.
“Nadie me advirtió de la leyenda. Cuando subí con un amigo alemán, él pisó algo gelatinoso en la poza de Gocta y salieron unas burbujas. Todo el mundo se quedó con los pelos parados creyendo que era la sirena”, detalla.
Pero el temor dio paso al turismo y la catarata es hoy el segundo destino turístico de la región Amazonas, después de la ciudadela Kuélap.
Tras llegar a Chachapoyas (560 al noreste de Lima), se viaja por tierra poco más de una hora hasta el distrito de Valera. De allí hay dos opciones para ir a Gocta: por Cocachimba o por San Pablo, una pequeña comunidad que también recibe turistas.
El camino desde San Pablo puede hacerse a caballo, con pausas para apreciar el paisaje desde miradores naturales. El trayecto es de unos 6 kilómetros desde San Pablo, pero las piedras, fango y trochas empinadas alargan la ruta por más de tres horas.
En épocas de lluvia de diciembre a marzo pueden llegar a verse hasta 22 caídas de agua en la zona. Es un valle de cataratas, puerta de entrada a la selva. En la ruta abundan pájaros que son atractivo de quienes practican la observación de aves.
Al pie de la primera caída de Gocta, el viento arrastra sus gotas frías que empapan al visitante en segundos.
Cuidado con el selfie
“Nuestros ancestros la llamaban Gocta tal vez por gota, o por el sonido que hacen los monos que viven en el lugar: ‘gog, gog, gog’, puede ser. Pero ese nombre ya estaba en las actas iniciales de las comunidades”, explica Román Pérez.
Aunque la presunta sirena no le ha hecho daño a nadie, la imprudencia sí se cobró una vida. A mediados de 2016, un turista surcoreano decidió tomarse un selfie desde el borde de la segunda caída de agua. Resbaló y cayó. Su cuerpo fue recuperado días después.
Román Pérez explica que su padre es uno de los propietarios de las tierras que circundan Gocta, y siempre tuvieron que luchar con la deforestación. “Pero hace cinco años que esto paró. El bosque crece rápido, ya casi no se ve todo el daño que hubo. Al final, esto nos sirve a todos”.
AFP
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