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POR VERÓNICA KLINGENBERGERPeriodista@vklingenberger peruanas y un colombiano viajan a Ámsterdam. Luego de que una aerolínea catalana les desee un buen vueling y mande una maleta al Charles de Gaulle de París (y de paso, la sonrisa de la dueña al carajo), los tres muchachos caminan con la boca abierta pero sin hablar por el aeropuerto Schiphol en busca de un tranvía que los transporte al idílico paisaje que todo buen viajero anhela al llegar a tierras desconocidas: el hotel.
Ya descansados, y con 10 kilos de ropa encima, tres exploradores sudamericanos salen a conocer la ciudad más civilizada del mundo. Primer apunte en un diario de viaje: ‘Los mapas de Ámsterdam no sirven. La ciudad es circular y todas las calles parecen llamarse Absolutamenteperdido Straat’. No hay prisa, pero hace frío. Todos son altos y bilingües. Hay más bicicletas que personas. Hay más canales que en el cable. Segundo apunte en un diario de viaje: ‘¿Qué carajo hacemos otra vez en el Dam?’.
Alguien sugiere dejarse de tonterías y entrar al coffee shop Basjoe. Adentro se está caliente y un aire dulce confirma lo que todos sospechaban: esta es la mejor ciudad del mundo. El dueño del local tiene dreads y se comporta como un chamán. Los tres forasteros piden Coca Cola y zijn, y taquicárdicos, se preguntan por qué sus países nunca serán como Holanda. Nadie vuelve a hablar.
Rembrandt, Van Gogh y Vermeer también tenían lo suyo. 25 eurazos y un viaje perfecto por la historia del arte, además de una extraordinaria muestra temporal de Caravaggio. Las peruanas y el colombiano se buscan con la mirada para acercarse y confirmar entre susurros la universalidad de una obra maestra: ‘Paja, ¿no?’. Siempre es jodido hablar de arte.
De vuelta a la calle, todo es canales, ciclistas que sacan la mano para doblar, tranvías que no contaminan, policías que no piden papeles, ancianos que se toman 20 minutos para explicarles que el café que buscan está exactamente detrás de ellos. Los tulipanes asomándose, el bar Kaos, el ajedrez, el barrio rojo, sus putas de vitrina con calefacción y condones del Estado y la misma pregunta de siempre: ‘¿Cómo diablos lo hicieron?’. Colombia y Perú siguen flotando sobre el Oude Zijds Voorburgwal. Un canal, no se asusten.
Holanda es diques. Desde la humildad de vivir bajo el nivel del mar, los holandeses han tenido la determinación nacional de ganarle al océano. Eso cohesiona. O estamos juntos o nos fregamos. Mientras tanto, de vuelta en el Perú, todo se hunde entre la desconfianza y el prejuicio, en esa incapacidad de reconocernos por un segundo en el otro.
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Más allá del humo y los tulipanes, hay muchas lecciones que aprender de países más maduros y mayores que el nuestro. ¿Por qué no mirarlos con curiosidad? ¿Por qué no copiar sus políticas? Nuestro país es aún muy joven para creer tener todas las respuestas. También para estar convencidos de que todo está perdido. Hay mucha vida por acá y muchas buenas cosas por suceder. Pero esos cambios solo llegarán cuando la mayoría empuje hacia la misma dirección. Algo me dice que estamos más cerca que lejos.
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