La actividad física es muy importante para nuestra salud, para tener una vida más larga y de mejor calidad y para la prevención de muchas enfermedades. Pero para lograr objetivos específicos existen diversas maneras de entrenar el cuerpo, relacionados a ciertos beneficios de la salud. De hecho, hay cuatro diferentes tipos de entrenamiento que podrían llamarse los métodos generales.
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El primero es el entrenamiento de fuerza o con resistencias externas. Está diseñado para mejorar la fuerza y la masa de nuestros músculos y huesos. El segundo es el entrenamiento de flexibilidad, que aumenta el rango de movimiento a un nivel óptimo de nuestras articulaciones y músculos, devolviendo el movimiento natural al cuerpo, una mejor postura y una conciencia de nuestra respiración. La tercera metodología es el entrenamiento cardiovascular o resistencia de larga duración, que promueve la buena circulación de la sangre, la cual a su vez es la que determina que tan eficiente es nuestro corazón en la entrega y uso del oxígeno, mejorando y potenciando nuestro performance. Y por último tenemos los ejercicios de balance y coordinación, necesarios para mantener un buen equilibrio en nuestras actividades diarias.
Ahora es súper importante que sepamos cómo nuestro organismo a través del ejercicio experimenta diversos cambios fisiológicos. Primero, los pulmones. Durante el ejercicio, ellos son los encargados de proveer al cuerpo de la adecuada cantidad de oxígeno para sostener una demanda creciente, por eso tu ritmo de respiración se acelera. Nuestra musculatura, cuando realizamos ejercicio, necesita un suministro de energía y oxígeno que es entregado a través de la sangre. Esto sucede con normalidad cuando el ejercicio es de resistencia de larga duración y baja intensidad. Pero si el ejercicio es muy intenso, la sangre no es capaz de llevar lo suficientemente rápido estos nutrientes y entonces el músculo debe hacer uso de sus reservas internas. Estas reservas son limitadas y uno de los resultados de su uso es la producción del conocido ácido láctico, que después de unos segundos nos hace sentir esa quemazón o sensación de fatiga. Sin embargo, este ácido láctico se drena durante los siguientes 60 minutos al ejercicio. El dolor que a veces sentimos al día siguiente o las 24 horas después de entrenar duro se debe a otra razón. Estos dolores, conocidos como agujetas, se deben a la adaptación de las fibras musculares para crecer y hacerse más fuertes. Son como unas microheriditas que luego se curarán.
¿Qué pasa en nuestro estómago e intestinos? Cuando hacemos actividad física, nuestro cuerpo está ocupadísimo bombeando sangre extra para alimentar la musculatura, dejando al resto de sistemas del organismo como menor prioridad. Entonces, la digestión es interrumpida. Por eso, para evitar algún malestar es importantísimo comer alimentos de fácil y rápida digestión y asimilación antes de hacer ejercicio. Los riñones, por su parte, durante la actividad filtran la sangre. Dependiendo de la intensidad del ejercicio, los niveles de proteína que se filtrarán, así como la cantidad de agua, cambian. Se debe a que existe una mayor reabsorción porque nuestro cuerpo está luchando por mantenerse hidratado.
Nuestro cerebro, al contrario del aparato digestivo, con el incremento de la actividad física puede verse beneficiado. Se debe al aumento del flujo sanguíneo, que hace que nuestras células cerebrales estén alertas y logremos un mayor estado de atención y concentración durante y después del ejercicio. Además, al ejercitarnos, el cerebro segrega sustancias químicas conocidas como endorfinas, adrenalina, serotonina y dopamina, neurotransmisores que trabajando juntos potencian el buen ánimo.
En la piel, por último, suceden varias cosas. Al hacer ejercicio intenso entramos en calor, se eleva la temperatura corporal y para hacer nuestra máquina más eficiente ante el trabajo es importante enfriarla. En respuesta, nuestros vasos sanguíneos debajo de la piel se dilatan, incrementando el flujo de sangre y la evaporación del sudor a través de nuestros poros. Así nuestra temperatura baja y podemos mantener un control óptimo de los procesos necesarios para lograr un entrenamiento prolongado, retardando la fatiga.
Como ven, el cuerpo es una biocomputadora perfecta, tenemos absolutamente todos los procesos de adaptación necesariospara lograr lo que nos propongamos. Depende de ti mantenerte vivo, saludable y logrando ser cada vez una máquina más evolucionada.
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