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JORGE SÁNCHEZ HERRERANómena Arquitectura – Arquitecto/urbanista
Poco se puede decir del vapuleado malecón elevado que no se haya dicho ya. Que le quita espacio a la playa y que nos tapa la vista al mar. Que entre sus barandas proselitistas no caben una ciclovía y un paseo peatonal. Que solo lo utilizan ‘portátiles’ municipales o que, en unos meses, el mar se lo llevará. También que la plataforma elevada era innecesaria, pues había espacio de sobra antes del impuesto tercer carril. ¿Pero qué se les puede pedir a alcaldes que siguen hablando de ampliar pistas, cuando las ciudades del mundo desarrollado lo que amplían son sus veredas , desincentivando el uso del automóvil particular?
Pero el malecón elevado es solo una muestra más de cómo la Bahía de Lima se ha convertido en el triste repositorio de algunas de las más delirantes intervenciones de nuestros gobernantes, como el Cristo del Pacífico, la ‘remodelación’ de La Herradura, el Paseo de Aguas de Chorrillos, el Parque Tres Picos (Surfista) y, por lejos el más vergonzoso, el ajardinado nuevo malecón entre Magdalena y San Miguel (proyecto publicitado como ‘Costa Verde para todos’) que hoy luce totalmente abandonado, a menos de un año de su inauguración. Todas inversiones millonarias cuyos autores, por alguna razón inentendible, creyeron en algún momento que podrían tener éxito como espacios de uso público.
Para que la Costa Verde funcione primero tenemos que ponernos de acuerdo en la relación que queremos tener con el borde costero. Y la idea de tener una vía de alta velocidad entre la ciudad y el mar, está muy lejos de poder aprovechar su potencial como el gran espacio público de la ciudad.
Además, tienen que existir dos cosas: sistemas de acceso y conexión que permitan un fácil y fluido tránsito desde la ciudad y entre toda su extensión. Y un pretexto para que los limeños bajemos no solo en verano, sino cualquiera de los 365 días del año, y la ocupemos no solo en su sección de playas aptas, sino en sus más de 20 kilómetros de longitud. Nadie irá a la Coste Verde un día de invierno a sentarse a una banca. A menos que tenga un baño a menos de 500 metros, un lugar donde sentarse a tomar un café, una galería para ver una exposición de arte, un espacio donde encuentre libros y pueda leer, o cualquier concentración de actividades que todo ciudadano podría apreciar. Por sembrar pergolitas y pasto no pasa la solución.
Por último, la idea de que un espacio público sea sinónimo de un diseño y ejecución mediocres, es algo no menos preocupante. Precisamente por estar sometidos a un uso intenso y ser susceptibles al poco mantenimiento por su dependencia de presupuestos públicos, su diseño debería ser impecablemente funcional -y bello, claro está- y sus materiales extremadamente duraderos. Absolutamente al revés de todo lo que se ha hecho en la Costa Verde. No se trata de simplemente trabajar. Se trata, simplemente, de pensar.