Algunos perdieron un brazo, otros la nariz… e incluso hasta ambas piernas.
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Aquí, en el Departamento de Monumentos y Obras de Buenos Aires, más de 100 esculturas rotas esperan pacientemente una segunda vida.
‘Nosotros trabajamos arduamente en contra del deterioro natural que tienen los monumentos que están expuestos al aire libre y también con las cuestiones de vandalismo”, señala Nicolás Quintana, Director de espacios verdes de la ciudad de Buenos Aires.
El robo de las extremidades de bronce y el grafiti son los ataques más comunes en las 2.000 esculturas y monumentos que tiene la ciudad.
En este taller, 25 escultores, soldadores e ingenieros trabajan para restaurar las figuras congeladas, esforzándose por mantenerse fieles a su forma original.
‘Nosotros tenemos un archivo fotográfico acá en el departamento de monumentos, nos guiamos con eso y también recopilamos fotos de internet, de revistas y con eso más o menos vamos viendo la forma original del monumento’, señala el escultor Gabriel Ramírez.
El gobierno argentino gasta el equivalente de 400.000 dólares en este centro de restauración cada año.
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Pero esa cantidad no se compara con la dedicación y el cariño que estas personas ponen desde hace seis décadas.
‘Estas estatuas son hijos nuestros. Nos lastima mucho que la gente no se dé cuenta de los que estamos haciendo, de que el patrimonio es tan lindo y ha costado tanto trabajo hacer todo eso, y se rompe por nada’, señala Jorge Zakkur, Coordinador del Departamento de Monumentos y Obras de Buenos Aires.
Con miembros fijos y acabado pulido, estas estatuas volverán a las calles y jardines de la capital argentina, para ser una vez más los testigos mudos de su historia.
