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Se erigen a 4.000 metros de altura en la ciudad del El Alto, una localidad pobre cerca de La Paz, y en donde quienes empiezan a beneficiarse de la bonanza económica del país no se mudan a un barrio rico, sino que construyen su castillo allí mismo.
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Lo dueños de estas edificaciones, “aparte de ser clientes, son promotores de esta nueva arquitectura. Son comerciantes, son transportistas, mineros, personas dedicadas a la gastronomía”, con un común denominador: su origen aymara, explica Freddy Mamani, el ingeniero creador de estas obras barrocas neoandinas que pueden llegar a costar hasta un millón de dólares.
El chalet va encima del edificio
Mientras masca frenéticamente hojas de coca para enfrentar la altura, el guía suizo Serge Ducroc explica en francés a turistas canadienses las cualidades de los ‘cholets’, palabra que se conforma de la simbiosis entre cholo como se denomina a la población mestiza, a veces de forma despectiva y chalet.
Un ‘cholet’, de 6 o 7 pisos, se construye en lotes de hasta unos 500 m2, en el que se distribuyen en diferentes niveles centros comerciales, canchas de voleibol y fútbol sala de césped sintético, además de faraónicas pistas de baile. El edificio es coronado en la cima por un cómodo chalet que tiene un baño con hidromasaje donde vive el propietario.
“¿Por qué poner una casa encima de un edificio? Representa el éxito económico de la gente. A mí me gustaría vivir en otra zona más cálida, pero aquí tuvieron su éxito y son gente de aquí. No van a vivir en una zona donde hay blancos. Aquí es el éxito y aquí lo muestran”, opina Ducroc, un trabajador social que ideó el tour hace dos años.
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“Solo el salón de baile puede costar unos 200.000 dólares, que se alquila para matrimonios o bautizos por hasta 1.500 dólares por fiesta”, acota Wilfredo Poma, otro guía turístico.
El pastor que creó los cholets
El responsable de este ‘boom’ de construcciones es Freddy Mamani Silvestre, inmigrante aymara de 42 años, quien de niño pastaba llamas con sus cinco hermanos en una agreste colina de Catavi, una minúscula comarca que ni siquiera figura en el mapa.
“Construía ciudadelas de barro en el cerro, donde vivían los zorros y las perdices (..), la arcilla era cocida en bosta de toro, y luego hacíamos autitos o casas”, tal vez sus primeros modelos para “hacer una revolución arquitectónica que trasciende fronteras”, dice orgulloso de su obra.
A Mamani no le gusta mucho el término ‘Cholet’, pero sabe que su obra es conocida así en el mundo. “Yo he roto los viejos cánones arquitectónicos y, sí, soy un transgresor”, admite Mamani a la AFP.
Los salones de baile de dos pisos, capaces de albergar hasta 1.000 personas, “son una policromía de colores en degradé. Tratamos de buscar nuestra esencia, nuestra propia cultura aplicando colores brillantes”, sostiene el hoy arquitecto, ingeniero y técnico en construcciones civiles.
Opulencia en medio de pobreza
Esa danza de colores y estructuras plásticas asombra a los turistas, que no pierden detalle de la obra a pesar de la fatiga por el menor oxígeno en esta ciudad andina de casi un millón de habitantes, donde cerca de la mitad sufre algún grado de pobreza.
“Nos dijeron que en El Alto son más o menos ricos y cuando llegamos vimos una riqueza tremenda en medio de la pobreza, y también gente que mendiga. Es impactante ver eso”, relata el educador canadiense Dominic Fortugnd, de 28 años.
El antropólogo español-boliviano Xavier Albó califica a los dueños de los ‘cholets’ de “una nueva burguesía aymara que migró del campo y logró éxito en el comercio”.
El boom de la construcción coincidió con la llegada a la presidencia de Evo Morales, primer gobernante indígena del país, de origen aymara, en 2006, y los buenos precios de las materias primas, además del renacer del orgullo de los pueblos campesinos originarios.
“La Uta (casa, en idioma aymara) no puede estar estática o muerta, tiene vida, debe bailar, moverse entre la comunidad, servir a los suyos, generando interés y acumulación de capital para toda comunidad”, dice el jurista y filósofo Boris Bernal.
Bajo esta idea, en la primera planta van galerías o tiendas comerciales, en el sótano canchas de wallyball (muy practicado en el país) mientras que en el segundo nivel están los salones sociales, encima una cancha de futsal con pasto sintético y, más arriba, el chalet.
“En la cultura andina decimos que todo tiene vida (..), también nuestros edificios tienen que tener vida. ¿Eso, qué significa?, que tienen que generar dinero”, agrega el constructor Mamani.