Al igual que él, otros jóvenes rusos, apodados “zatseperi” (“surfistas”), arriesgan su vida, y a veces la pierden, sobre los trenes para disfrutar de una buena descarga de adrenalina y de paso desafiar a las autoridades.
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“Ya he perdido la cuenta de los kilómetros que he hecho sobre los techos de los trenes. Cuando empecé ‘surfeaba’ todos los días y todas las noches y ya no iba a la escuela”, cuenta Sasha.
El joven, que tiene 18 años y conserva rasgos infantiles, asegura que no corre ningún peligro “con la condición de no beber”.
“Un día volvía de una salida con un amigo; habíamos bebido un poco. Se cayó del tren y murió en el acto”, cuenta. “Dejé de ‘surfear’ durante una semana, y luego lo retomé”.
“Estar en el techo de un tren para mirar el paisaje es la libertad y nadie nos va a parar”, dice con un toque de fanfarronería su amigo Vladimir, de 14 años.
La curiosa práctica se ha visto en parte reforzada por lo barato de las multas que se imponen en estos casos: 100 rublos (2 euros o 2,7 dólares). Aunque por insistencia de la empresa nacional de ferrocarriles, RZhD, dentro de poco se espera que aumente a 5.000 rublos (103 euros, 137 dólares).
Hace dos semanas, Misha, de 16 años, iba en el techo de un tren que acababa de pararse en una estación, cuando los policías se echaron encima de él.
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“Salté para despistarlos, pero caí de cabeza en el asfalto. Tenía la cara llena de sangre”, recuerda.
Al volver a casa, sus padres se limitaron a pedirle que “tuviera más cuidado”.
Una juventud abandonada a su suerte
“Ahora me aburro en los trenes suburbanos, es demasiado fácil y ya no hay adrenalina. Tal vez lo intente con el Sapsan”, un tren de alta de velocidad que conecta Moscú con San Petersburgo y alcanza hasta 250 km/h.
Según el sociólogo Alexander Tarasov, director del centro de estudios Phoenix, esta práctica “no es ni un deporte ni una protesta contra las autoridades”, sino “una forma de entretenerse para unos jóvenes de los que nadie se ocupa, ni el Estado, ni la sociedad, ni su familia”.
“En la época soviética, los Komsomols [juventudes comunistas] les proponían actividades deportivas o artísticas. Hoy en día no hay nada para nuestros jóvenes”, dice el sociólogo.
Para paliar ese vacío, el presidente ruso, Vladimir Putin, ha anunciado que en septiembre se reanudará el programa soviético deportivo “Listos para el trabajo y la defensa”.
“Eso no es más que una cortina de humo. Los jóvenes seguirán ‘surfeando’ encima de los trenes”, vaticina Tarasov.
“Hay que enfrentarse al verdadero problema, que es su entorno sociológico. Los niños vienen de familias pobres, en las que los padres, alcohólicos o drogadictos, han tenido también una juventud desordenada en los años 90 después de la caída de la Unión Soviética”.
En Chujlinka, una pequeña estación en el sureste de Moscú, sólo unos pocos pasajeros validan su billete. La mayoría, adultos como adolescentes, se saltan la barrera para no pagar.
“No dejaré nunca de saltarme la barrera o de ‘surfear’ sobre los trenes. Pagar para quedarme quieto en un vagón es una cosa que ya no sé hacer”, dice Sasha. “Y ahora me conozco de memoria toda la región de Moscú. ¡El tren se ha convertido en mi casa!”.