El jefe editorial de Librerías Crisol es el editor de Crímenes en Lima (Melquíades, 2019) libro que reúne ocho crónicas de sonados y sangrientos asesinatos en nuestra ciudad. Entre los autores están Luis Jochamowitz, Alejandro Neyra y María Luisa del Río. Ya se anuncia una segunda parte.
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¿Cómo surge la idea de hacer un libro sobre crímenes en Lima?
Surge de una necesidad fundamental del periodismo, específicamente, de la crónica periodística: la lucha contra lo efímero.
¿Puede una desgracia dejar de espantarnos?
Sí, si ya no hablamos de ella, si no la vemos con detenimiento, si simplemente pasamos a la siguiente. Y son tan consecutivos los crímenes que apenas hay tiempo de conocerlos, de preguntarnos sus causas o, peor aún, de reflexionar en cómo los aplacamos. Creo que una de las formas de hacerlo es escribiendo libros como éste.
¿Cómo se escogieron a los autores de cada historia?
Como editor, me tocó hablar con un conjunto grande de cronistas que tenían un punto de vista, una ambición y una disposición particular por escribir sobre ciertos crímenes sonados. De este amplio margen tuve que elegir, conversar y acompañar sus textos hasta que quedó este grupo de ocho escritores que, a mi humilde parecer, son de lo mejor de nuestra escena literaria.
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Según el libro, ¿hay un tipo de morbo respecto a los crímenes? Parece que eso ocurre en la historia de Ricardo León donde menciona una chica que graba un video de una de las víctimas del asesino serial Eduardo, en vez de usar el teléfono para llamar a una ambulancia…
El morbo de la gente por los crímenes es, justamente, una de las causas de no habernos detenido a pensar en Lima como una gran escena del crimen. Hemos normalizado la muerte en nuestra ciudad y han aparecido estos efectos colaterales. Hoy escuchamos un disparo y, en vez de correr, sacamos el celular. Más que asustarnos, esta habitualidad, nos ha obligado a convivir con el drama. A querer la primicia más que correr a ayudar o guarecernos.
Según el libro, ¿La gente aprende algo de los crímenes? ¿Hay un cambio en la sociedad (para bien o para mal) luego de que estos ocurren?
No necesariamente. Quizás aprendemos cuando nos ocurre con alguien cercano, recién allí nos detenemos a pensarlo, porque nos duele; pero en una ciudad con 10 millones de habitantes y 2.500 crímenes al año, no podemos simplemente esperar a estar en el lado afortunado de la estadística. Yo opino que solo hemos tenido cambios para mal, nos hemos enfocado en los venezolanos para dejar de pensar en que esta tragedia siempre ha existido entre nosotros.
¿Dirías que hay un estilo de crimen en Lima? ¿Qué características tienen los delitos que se cometen aquí?
No hay un estilo de crimen, la gama es casi infinita. El hijo mata a la madre, el novio mata a su pareja, el padre se suicida con sus hijos, etc. Todo esto pasa en Lima cada año. Un caso tras otro. Y decirlo así, simplemente, causa un gran resquemor. Entonces, detenernos a revisar las características es cansado, insoportable. Creo que la única característica que tienen los delitos que ocurren en Lima es que los sobrellevamos muy fácil.
¿Por qué se dice que hay una pasividad de la gente respecto a lo que ocurre con estos hechos?
Porque no hay espanto. Porque somos capaces de olvidarnos de todo. Porque desayunamos tranquilos mirando crimen tras crimen en la televisión sin atragantarnos. No salimos a marchar por un niño violado y asesinado en un colegio a veinte minutos del centro de la ciudad, pero sí marchamos si cierran el Congreso. Creemos que con patrulleros y cámaras de video acabaremos con algo de esto, pero lo único que hemos hecho es incrementar el gasto y documentar mejor los asesinatos para los dominicales.
Aquí se hablan de crímenes en todo tipo de estrato social, ¿la gente reacciona de igual manera en cada caso o hay una reacción diferente dependiendo de la procedencia de las víctimas, los asesinos o las circunstancias del delito?
Cada reacción es diferente y por eso en el libro se intenta recoger crímenes de toda condición social. En la periferia de la ciudad, por ejemplo, la calle es el lugar para matar, en los barrios más acomodados, pasa lo contrario: ocurre en las casas. Podemos verlo con los casos que escriben Gabriela Wiener y Carlos Paredes. Los extremos máximos de la exposición y la discreción. Eyvi Ágreda es atacada en un bus, los Tozzini-Bertello son asesinados en su casa mientras duermen. En el primero, el asesino se descubre solo, en el segundo, nunca se supo quién fue.
¿Se piensa hacer una segunda parte del libro? ¿Qué características tendría una nueva entrega?
Sí, estamos en conversación con nuevos autores y planeando una segunda entrega para el próximo año. Esta edición ha tenido una gran acogida y, sin duda, es porque el crimen vende; pero el libro tiene una calidad de autores que obligará a sus lectores a sentarse a pensar y reflexionar con lástima esta nueva convivencia de los limeños con la muerte.
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