Ayer vi la primera foto de un agujero negro. A primera vista me hizo pensar en un donut glaseado, aunque los más ingeniosos comentaristas del Twitter se apresuraron en asociar esa maravilla de la ciencia con lo que los argentinos conocen comúnmente como ‘orto’. La referencia venía a cuento por la mención al sexo anal en un texto dirigido a alumnos de tercero de media y el horror que aún genera en los cucufatos de turno una práctica sexual tan común en el mundo y quién sabe si en otras galaxias.
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Pero dejemos a los cavernícolas en pausa y volvamos a la hazaña científica más importante de los últimos tiempos. Un agujero negro es un objeto que almacena la masa de millones de soles en un espacio muy reducido y que, rodeado por una banda de plasma (un gas muy caliente), gira a velocidades inimaginables. Tomarle una foto no es algo fácil, sobre todo por eso que se conoce como un horizonte de sucesos, un punto de no retorno que, una vez atravesado, impide el regreso, incluso de la misma luz. Es ahí mismo donde la línea espacio-tiempo se curva y las leyes de la física se distorsionan. Se necesitó una red de ocho telescopios gigantes en todo el mundo (uno de ellos el ALMA, en Chile) para sumar los datos registrados con una técnica llamada interferometría. Las imágenes que procesaron los científicos del Telescopio de Horizonte de Sucesos (Event Horizon Telescope) pesaban 5 petabytes de data, unos 5 millones de gigabytes. Aún así, el famoso polluelo del meme que-dice-lo-que-se-tenía-que-decir aseveró que la fotografía publicada está desenfocada.
En realidad, la foto es casi una simulación. O algo así. Es como si los científicos hubiesen contado únicamente con algunos píxeles o puntos de una gigantesca fotografía y de la combinación de ellos hubieran proyectado la imagen que vemos hoy. Dicen que sin los nuevos chips de las tarjetas gráficas que usan los gamers no hubiera sido posible la proeza porque gracias a ellas pudieron realizarse millones de simulaciones hasta dar con la final.
Lo que se ve en la imagen es un halo de polvo y gas que traza el contorno del colosal agujero que se traga todo lo que se le acerque en el mismo corazón de una galaxia llamada Messier 87, a 55 millones de años luz de la Tierra. Y uno no puede dejar de mirarla porque es el ambivalente reflejo de nuestra diminutez y nuestra osadía.
Volviendo a nuestro ‘agujero’, recuerdo cuánta sorpresa nos causaba a un grupo de periodistas de un medio digital el éxito masivo de las noticias sobre ciencia y espacio. En este mundo dominado por el clickbait, era impresionante constatar el poder del descubrimiento de un nuevo planeta frente al poto de la concursante del reality del momento. Asumo que lo mismo les ha pasado hoy, por la cantidad de artículos que leo sobre algo tan lejano y tan difícil de entender para el mortal promedio. Es el poder de lo inexplicable, la atracción de la fuerza destructora más grande de la que tengamos noción.
Ojalá el asombro y la curiosidad nos duraran más tiempo. Hoy Albert Einstein -quien predijo la existencia de agujeros negros hace cien años con su Teoría de la Relatividad- y Katie Bouman -quien dirigió el equipo informático que desarrolló el algoritmo crucial para convertir todos los datos del Telescopio de Horizontes de Sucesos en una imagen- brindarían con una cerveza celebrando la colaboración que involucra a decenas de generaciones de todas las nacionalidades.
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