El sábado 27 de octubre de 1962 a las 09H09, el mayor Rudolph Anderson se instaló en la estrecha cabina de su avión espía U-2 para una nueva misión sobre Cuba que precipitaría horas más tarde a Estados Unidos y Rusia al borde de un apocalipsis nuclear.
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Desde hacía cinco días, cuando el presidente estadounidense John Kennedy había revelado las pruebas del despliegue de misiles atómicos soviéticos sobre la isla de Cuba, la tensión no había dejado de aumentar.
Sin embargo, en aquella mañana de sábado, renació la esperanza de una salida a la crisis tras la proposición secreta del número uno soviético, Nikita Jruchov, de retirar sus misiles a cambio de la promesa estadounidense de no invadir Cuba.
Con 35 años, el mayor Anderson se encontraba en su quinta misión, la vigésimocuarta de un U-2 desde que otro avión espía de la CIA descubriera por primera vez los misiles balísticos trece días antes.
Despegó de la base de Orlando (Florida) y alcanzó una altitud de 22.000 metros con la misión de fotografiar el despliegue cubano y soviético en el este de la isla, en las cercanías de la base estadounidense de Guantánamo.
También debía “sondear” las defensas aéreas soviéticas, que comprendían principalmente 24 lugares de lanzamiento de misiles tierra-aire V-75, que ya habían abatido el U-2 de Francis Gary Powers en la URSS en 1960.
A diferencia de lo que ocurrió en los días previos, los soviéticos encendieron sus radares de defensa aérea a instancias de Fidel Castro.
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El líder cubano estaba convencido de la inminencia de una invasión y no quería que los aviones de reconocimiento estadounidenses siguieran violando el espacio aéreo cubano, explicó el historiador Michael Dobbs en su obra “One minute to midnight”.
“Destruyan el objetivo 33”
Al general soviético Stepan Grechko, responsable de la defensa aérea en Cuba, le preocupaba la posibilidad de que el U-2 tomara fotografías de las locaciones secretas de los misiles nucleares tácticos cercanos a la base de Guantánamo.
“Nuestro invitado está sobre nosotros desde hace más de una hora (…) está descubriendo nuestras posiciones en profundidad”, dijo Grechko a su superior, según la narración de Dobbs. A las 11H16, el general dió la orden: “Destruyan el objetivo 33”.
Tres minutos más tarde, dos misiles V-75 impactaron en el avión espía cerca de Banes, en el norte de la isla. Una parte del fuselaje, en la que se encontraba el cuerpo de Rudolph Anderson, fue hallada en un campo de caña de azúcar.
En Washington, el pesimismo y la tensión iban en aumento cuando Jruchov realizó una nueva propuesta, esta vez de forma pública: el retiro de los misiles de Cuba a cambio del retiro de los cohetes estadounidenses instalados en Turquía.
El presidente Kennedy se encontraba en plena reunión con el comité EXCOMM y sus principales consejeros analizando la respuesta, cuando a las 14H03 fue informado de que el U-2 n°56-6676 no había regresado.
La situación se tornó entonces más alarmante, ya que 20 minutos antes había recibido el anuncio de que otro U-2 en misión en el Polo Norte se había extraviado sobre territorios siberianos y que, por poco, no había sido abatido por los MiG-21 soviéticos lanzados para perseguirle.
“Es una importante escalada” por parte de Moscú, dijo Kennedy según las grabaciones desclasificadas de la reunión. Sus generales, listos para ordenar la invasión de la isla, propusieron replicar con la destrucción de todas las defensas aéreas de Cuba.
En Moscú ya era de noche cuando Jruchov fue informado de que el U-2 había sido derribado en Cuba. Especuló sobre si su homólogo estadounidense sería capaz de “tragar la humillación” de la pérdida del avión. Pese a que había autorizado la legítima defensa, el líder soviético jamás había ordenado disparar contra los aviones desarmados de reconocimiento.
En ese punto, ambas partes empezaron a comprender que se aproximaban peligrosamente a un punto de no retorno.
A las 20H00, Robert Kennedy, el hermano del presidente de Estados Unidos, se reunió con el embajador soviético Anatoli Dobrynine en el Departamento de Justicia, donde lograron sellar un compromiso que puso fin a la crisis.
Tras 13 días de tensa confrontación, el mayor Rudoph Anderson acabaró siendo la única víctima mortal de la crisis de los misiles.