MADRID, 23 (EUROPA PRESS)
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Científicos de las universidades de Manchester y Leicester creen que su trabajo, publicado en Nature, puede permitir el desarrollo de nuevas herramientas de medición en las que la actividad de las células biológicas -incluidas potencialmente las humanas- pueda estimularse selectivamente mediante campos magnéticos.
El equipo demuestra por primera vez que una molécula presente en todas las células vivas, denominada flavina adenina dinucleótido (abreviada FAD), puede, en cantidades suficientemente elevadas, conferir sensibilidad magnética a un sistema biológico.
Los científicos ya saben que especies como la mariposa monarca, la paloma, la tortuga y otros animales utilizan el campo magnético terrestre para desplazarse a grandes distancias. Pero el descubrimiento podría significar que las moléculas biológicas necesarias para percibir los campos magnéticos están presentes, en mayor o menor medida, en todos los seres vivos.
El investigador principal y neurocientífico Richard Baines, de la Universidad de Manchester, declaró en un comunicado: "Sabemos muy bien cómo percibimos el mundo exterior, desde la vista y el oído hasta el tacto, el gusto y el olfato. Pero, en cambio, aún se desconoce qué pueden percibir los animales y cómo responden a un campo magnético. Este estudio ha supuesto un avance significativo en la comprensión de cómo perciben y responden los animales a los campos magnéticos externos, un campo muy activo y controvertido".
Para ello, el equipo de investigación utilizó la mosca de la fruta (Drosophila melanogaster) para manipular la expresión génica y poner a prueba sus ideas. La mosca de la fruta, aunque muy diferente por fuera, contiene un sistema nervioso que funciona exactamente igual que el nuestro y se ha utilizado en innumerables estudios como modelo para entender la biología humana.
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La magneto-recepción -como se denomina al sexto sentido- es mucho más difícil de detectar que los cinco sentidos más familiares de la vista, el olfato, el oído, el tacto y el gusto.
Según el Dr. Adam Bradlaugh, investigador principal y neurocientífico de la Universidad de Manchester, esto se debe a que un campo magnético transporta muy poca energía, a diferencia de los fotones de luz o las ondas sonoras utilizadas por los demás sentidos, que, en comparación, son muy potentes.
Para evitarlo, la naturaleza ha recurrido a la física cuántica y al criptocromo, una proteína sensible a la luz presente en animales y plantas.
Según el Dr. Bradlaugh, "uno de nuestros hallazgos más sorprendentes, y que contradice los conocimientos actuales, es que las células siguen "percibiendo" los campos magnéticos cuando sólo está presente un fragmento muy pequeño de criptocromo. Eso demuestra que las células pueden, al menos en un laboratorio, percibir los campos magnéticos por otras vías".
Y añadió: "Identificamos una posible 'otra vía' demostrando que una molécula básica, presente en todas las células, puede, en cantidades suficientemente elevadas, impartir sensibilidad magnética sin que esté presente parte alguna de los criptocromos. Esta molécula, el dinucleótido de adenina y flavina (abreviado FAD), es el sensor de luz que normalmente se une a los criptocromos para favorecer la magnetosensibilidad".
Los hallazgos, dicen los investigadores, son importantes porque comprender la maquinaria molecular que permite a una célula percibir un campo magnético nos proporciona una mejor capacidad para apreciar cómo los factores ambientales (por ejemplo, el ruido electromagnético de las telecomunicaciones) pueden afectar a los animales que dependen de un sentido magnético para sobrevivir.
Los efectos del campo magnético sobre el FAD en ausencia de criptocromo también proporcionan una pista sobre los orígenes evolutivos de la magneto-recepción, ya que parece probable que el criptocromo haya evolucionado para utilizar los efectos del campo magnético sobre este metabolito ubicuo y biológicamente antiguo.