PRINCEVILLE, Carolina del Norte, EE.UU. (AP) — Al salir del único restaurante de su ciudad con un pedido de repollo y bolas de pan de maíz, Carolyn Suggs Bandy se detiene un momento para hablar bellezas de un sitio que dice ser la localidad más vieja fundada por afroestadounidenses, hace casi 140 años.
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“Es sagrada para mí”, afirma Bandy, quien tiene 65 años. “Tenemos nuestras raíces aquí”.
La histórica ciudad de Princeville, en la ribera del río Tar, al este de Carolina del Norte, sin embargo, podría desaparecer con el próximo huracán.
En esta era de cambio climático, en la que los huracanes son cada vez más intensos y el derretimiento de los glaciares hace subir en nivel del mar, las inundaciones de las localidades costeras son casi inevitables.
El futuro de Princeville depende no solo de que se erijan barreras que la protejan de las inundaciones, sino también de que se convenza a las generaciones más jóvenes de que no se vayan. El último censo nacional indica que la población es de 1.254 personas, lo que representa un pronunciado descenso respecto al 2010. El ingreso promedio era de 33.325 dólares anuales en el 2020.
La llegada de nuevos residentes requiere incentivos para radicarse aquí. También hay que convencer a las familias de que no se marchen.
El alcalde Bobbie Jones, que vive en Princeville y viaja todos los días una hora a Hertford County, donde dirige una escuela, dice que la historia lo obliga, a él y a otros, a trabajar para garantizar la supervivencia de la ciudad.
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“Este es un suelo sagrado”, expresó. “Son tierras sagradas para los afroestadounidenses”.
Princeville fue fundada por exesclavos sobre tierras bajas y pantanosas, y reconocida como ciudad en 1885. Tenía 379 residentes en 1880 y 552 en el 1900. Contaba con una escuela, iglesias y comercios.
La ciudad ha soportado el racismo, la intolerancia e intentos de vecinos blancos de hacerla desaparecer del mapa. Hoy hay casas de una sola familia y viviendas abandonadas como resultado de las dos últimas inundaciones. Una iglesia tiene las ventanas tapadas con madera terciada.
Los comercios se concentran en una calle en la que hay una peluquería y una licorería, junto a una tienda en la que se puede conseguir refrescos, comprar billetes de lotería y llenar el tanque del auto con gasolina. En otro edificio se encuentra el restaurante donde Bandy compró su comida.
La ubicación de Princeville junto al río Tar no podía ser peor. Se encuentra a 200 kilómetros (124 millas) del océano Atlántico, en el extremo de una zona muy vulnerable no al viento sino a la lluvia. Las tormentas que vienen del océano a menudo inundan los pueblos ribereños.
Si no son los huracanes, el nivel del océano es otra amenaza, según un informe sobre los peligros asociados con el clima preparado por la Universidad Estatal de Carolina del Norte.
El derretimiento de los glaciares agrega más agua a los océanos y el volumen de las aguas aumenta cuando se calientan en el verano, señala el informe.
Los esfuerzos por combatir las inundaciones han tenido resultados mixtos.
En 1967, el Cuerpo de Ingenieros del ejército construyó un dique de arcilla de casi 5 kilómetros (3 millas) de extensión y 15 metros (49 pies) de alto a lo largo de la ribera sur, que protege la ciudad por tres lados.
Durante más de 30 años, bastó para contener la furia de la naturaleza. En septiembre de 1999, no obstante, llegó el huracán Floyd.
Tuvo una fuerza tal que arrasó con viviendas y desenterró cadáveres. “Parecía el fin del mundo”, recuerda Alex Noble, un veterano de la Armada de 84 años. “Era como si hubieses quedado al descubierto. Todo estaba abierto”.
En el 2016, después de años de estudios, el Cuerpo de Ingenieros anunció una ampliación del dique, se elevarían las carreteras y se instalarían compuertas y alcantarillas para evitar que el agua rebasase el dique.
Pocos meses después del anuncio, llegó el huracán Matthew y produjo nuevas inundaciones.
El Congreso respondió asignando casi 40 millones de dólares para la protección de la ciudad. El dinero fue entregado en el 2020, pero todavía no se ha hecho nada.
El coronel Benjamin A. Bennett, comandante del cuerpo de ingenieros del distrito de Wilmington, afirma que Princeville es una prioridad.
“Tenemos un equipo de ingenieros trabajando todos los días y a buena parte de nuestro distrito enfocado en Princeville. Estamos haciendo retoques a nuestros planes y ensayando modelos para asegurarnos de que protegemos a Princeville sin causar perjuicios en otros sitios”, declaró Bennett.
La población envejece y es vital que los más jóvenes no se vayan. Para quedarse, sin embargo, habría que generar más empleos. Atraer negocios, a su vez, implica ofrecer incentivos, como rebajas de los impuestos.
La vivienda también es un problema. Algunas casas están siendo elevadas, pero numerosos residentes aceptaron ofertas del Programa de Fondos para Mitigar Riesgos.
A pesar de los problemas, los residentes de Princeville no se quieren ir.
Noble, quien llegó a Princeville con su esposa en 1963, piensa en los esclavos liberados que construyeron Princeville y en lo que les dirían a los residentes de hoy.
“Siempre dijeron que no había que entregarse”, expresó. “No podemos hacerlo. Sigamos Adelante. No llegamos tan lejos para devolvernos”.
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