WASHINGTON (AP) — Brooklynn Chiles, de ocho años, luce inquieta en una cama mientras espera a una enfermera en el Hospital Nacional de Niños. El papel blanco debajo suyo hace ruido cuando ella se mueve y mira a su alrededor. Esta es la tercera vez que contrae el coronavirus y nadie sabe por qué sucede eso.
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En el fondo, Brooklynn tiene suerte. Cada vez que su prueba dio positivo, no tuvo síntomas obvios. Pero su padre, Rodney, se contagió en septiembre, cuando ella también estaba infectada, y falleció por el virus. Su madre, Danielle Mitchell, sufre pensando que la niña volverá a contagiarse y teme que se enferme de gravedad a pesar de que está vacunada.
“Cada vez que se contagia, pienso ‘¿voy a pasar por lo mismo?’”, comentó, sentada en una esquina. “¿Los voy a perder a todos?”.
Uno de los aspectos más desconcertantes del coronavirus, que ha matado a más de 6 millones de personas en todo el mundo desde que apareció en el 2019, son los síntomas de los niños.
Tan solo en Estados Unidos, más de 12,7 millones de chicos dieron positivo, según la Academia Norteamericana de Pediatras (American Academy of Pediatrics). En general, el virus no ataca a los menores con la misma virulencia que a los adultos.
Pero, igual que con los adultos, hay casos extraños. Algunos chicos sufren síntomas inexplicables mucho después de la desaparición del virus. Otros vuelven a infectarse. Muchos parecen recuperarse plenamente, pero más tarde sufren una condición misteriosa que hace que se inflamen sus órganos.
A veces, todo esto sucede mientras lloran la muerte de seres queridos a raíz del virus u otras situaciones que alteran una infancia normal.
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Los médicos están estudiando los efectos del COVID-19 a largo plazo en los niños, incluido su impacto en su desarrollo y su salud, tanto en el plano físico como el mental, y cómo sus nacientes sistemas inmunológicos responden al virus, en un esfuerzo por determinar por qué algunos chicos responden mal al virus y otros no.
El Hospital Nacional de Niños estudia los casos de unos 200 chicos y jóvenes de hasta 21 años y agrega un promedio de dos pacientes por semana a su investigación. Sigue la evolución de chicos que contrajeron el virus y de otros que no, incluidos sus hermanos.
La doctora Roberta DeBiasi, que dirige el estudio, dijo que el principal objetivo es comprobar las complicaciones que sufren los niños tras contraer el COVID-19 y ver qué tan comunes son.
Brooklynn participa en el estudio, lo mismo que Alyssa Carpenter, una niña de tres años que se contagió dos veces del coronavirus y sufre síntomas inusuales, incluidos extraños estados febriles que se presentan de repente. Sus pies se ponen rojos y le duelen.
Alyssa tiene dos hermanos, Audrey, de cinco años, y Hailey, de nueve, con el espectro del autismo. Para esta familia, como para tantas otras, la pandemia ha sido una pesadilla: suspensión de escuelas, trabajo improductivo, restricciones y confusión.
“Es superfrustrante”, dice Tara Carpenter, la madre de Alyssa. “Buscamos respuestas para nuestra niña y nadie nos las puede dar”.
Alyssa es llevada al hospital cada vez que le duelen los pies o siente fiebre, pero no sufre otros síntomas y es enviada de nuevo a su casa. Pierde muchos días de clases y esto complica a sus padres, que deben quedarse en casa. Sin embargo, va a clases de ballet y se maneja con total normalidad.
En los últimos meses los síntomas de Alyssa disminuyeron, pero los interrogantes continúan.
A veces, las visitas de los niños contagiados al hospital son lo de menos. Toda la dinámica familiar se altera. La niña o niño contagiado recibe toda la atención en el hospital y sus hermanitos se sienten ignorados, como le sucede a Charlie cuando su hermana menor Lexie va al hospital. Los padres deben lidiar no solo con la enfermedad de un hijo sino con los sentimientos de sus hermanos.
La doctora Linda Herbert está a cargo de la evaluación psicológica de los pacientes en el estudio.
“Hay una cantidad de síntomas”, expresó. “Algunos se muestran muy alarmados por la posibilidad de volver a contraer el virus”.
Y los síntomas se perciben no solo en los chicos contagiados sino también en sus padres y hermanos.
Danielle Mitchell, la madre de Brooklynn, se siente abrumada. Madre soltera que trabaja a tiempo completo, sufrió la pérdida de su pareja y trata de no deprimirse cuando está con su hija.
“Sigue contagiándose. ¿Es que no se puede hacer nada para protegerla?”, pregunta.
Mitchell lamenta que el padre de la niña no esté con ellas para ayudarla. Rodney Chiles, su pareja de años, no se había vacunado y falleció por el COVID-19.
Tenía dudas acerca de la vacuna y decidió esperar para inocularse. Poco después de que una prueba de Brooklynn diese positivo, él empezó a sentirse mal. Tenía problemas de salud y no resistió el virus. Falleció a los 42 años.
“Nos llama un domingo y nos dice, ‘me van a entubar porque no retengo oxígeno. Las quiero. Brooklynn, perdóname’”, relató Mitchell. Fue la última conversación que tuvieron. Poco después falleció.
“Sigo viva porque tengo una hija”, dijo Mitchell.
La madre de Brooklynn cree que “incluso los chicos que no se contagian están sufriendo”.
“Pierden a sus padres, su vida social se resiente, regalan años. Sí, los chicos son fuertes, pero esto no puede seguir así. Nadie es tan fuerte”.
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Lauran Neergaard colaboró en este despacho.