NUEVA YORK (AP) — José Collado se acomodó en una mesa blanca en un salón bañado por el sol, cantó algunas líneas y se inyectó heroína.
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Después de pasarse años inyectándose en la calle y en techos, se encontraba en uno de los dos primeros “centros de prevención de sobredosis” que funcionan en Estados Unidos, en los que las autoridades permiten que los adictos se droguen en condiciones menos riesgosas.
Los centros cuentan con personal y equipo que permite revertir las sobredosis. Constituyen una respuesta tan osada como cuestionada a la ola de muertes por sobredosis de opioides que sufre el país.
Los partidarios de esta iniciativa dicen que es un aporte humano y realista en medio de la peor crisis asociada con el consumo de drogas en la historia de Estados Unidos. Sus detractores afirman que es algo ilegal y derrotista, que ignora el daño que causan las drogas en los consumidores y las comunidades.
Para Collado, de 53 años, la sala que usa regularmente es “una bendición”.
“Siempre se preocupan por uno, te atienden”, expresó.
“Se aseguran de que no morirás”, acota su amigo Steve Báez, de 45 años y que estuvo un par de veces al borde de la muerte.
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En sus primeros tres meses de funcionamiento en dos barrios con grandes comunidades de hispanos, el East Harlem y Washington Heights, el programa respondió a más de 150 sobredosis. Recibió unas 800 personas, que hicieron en total 9.500 visitas. Este mismo año ampliarán sus operaciones y funcionarán las 24 horas del día.
“Ofrecen un ambiente apacible, que le gente puede usar en forma segura y seguir viva”, dice Sam Rivera, director ejecutivo de OnPoint NYC, la organización sin fines de lucro que maneja los centros. “Servimos a personas que mucha gente considera descartables”.
Los centros de consumo de drogas en forma supervisada son una novedad en Estados Unidos, pero funcionan desde hace décadas en Europa, Australia y Canadá. Varias ciudades de Estados Unidos y el estado de Rhode Island aprobaron la idea, pero ninguna abrió un centro hasta que Nueva York lo hizo en noviembre.
El anuncio de la apertura de los dos centros se produjo seis semanas después de que la Corte Suprema confirmase el fallo de un tribunal que dictaminó que un centro de este tipo que se planeaba abrir en Filadelfia era ilegal, según una ley federal de 1986 que prohíbe sitios de consumo de drogas ilegales.
El Departamento de Justicia, no obstante, indicó el mes pasado que probablemente deje de combatir estos centros.
La única representante republicana de Nueva York, Nicole Malliotakis, promueve el cierre de lo que considera “galerías de consumo de heroína que lo único que hacen es alentar el uso de drogas y deteriorar nuestra calidad de vida”.
Propone negar fondos federales a toda entidad privada, estatal o municipal que “opere o supervise” centros de inyecciones seguras.
Otra representante de Nueva York, la demócrata Carolyn Maloney, en cambio, impulsa una iniciativa por la que el estado financiaría estos centros. Sus administradores dicen que actualmente los centros de Nueva York son financiados por donaciones privadas, aunque con el apoyo de agrupaciones que reciben fondos de la municipalidad y el estado para financiar sus actividades, incluidas terapias y otros servicios.
Varios funcionarios municipales y estales apoyan los centros. Pero en diciembre un centenar de personas, incluido el representante demócrata Adriano Espaillat, participaron en una manifestación para denunciar que los programas no abarcan barrios de residentes blancos, de mejores ingresos.
“Los centros hacen el trabajo de Dios, pero lo hacen en los sitios equivocados”, afirmó Shawn Hill, cofundadora de una organización barrial llamada Greater Harlem Coalition.
La gente lleva las drogas que usará y los centros ofrecen jeringas, paños con alcohol, sorbetes para inhalar y otros elementos. Y, lo que es más importante, también disponen de oxígeno y de la droga naloxone para revertir sobredosis.
El personal, que incluye gente que ha consumido drogas, está pendiente de signos de sobredosis y de otras necesidades, desde recomendaciones acerca de cómo inyectarse hasta otros temas más complicados.
Apoyando una mano en el hombro de un individuo abatido, desmoralizado, Adriano Feliciano le recomendó que hablase con un terapeuta, y le trajo uno, durante una tarde reciente.
“En muchos casos, ofrecer un sitio seguro es tan solo una especie de presentación de nuestros servicios”, dijo Feliciano, director de servicios clínicos y holísticos del centro.
Durante un período de diez días en febrero, dos personas que frecuentaban los centros fallecieron y una tercera quedó en estado de coma tras aparentes sobredosis, incurridas en otros sitios porque los centros cierran de noche, según la directora de programas Kailin See, quien cree que es importante hacerlos funcionar más horas.
No hay informes de muertes en centros de inyección supervisados en los países donde están permitidos, de acuerdo con un informe del 2021 que reúne varios estudios sobre el tema.
El informe, del Institute for Clinical and Economic Review de Boston, determinó asimismo que no hay relación alguna entre los sitios de inyecciones seguras y las tasas de delincuencia, aunque el uso de drogas bajó en algunos lugares.
“Si usted cree en (las políticas de) reducción de daños, aquí tiene una forma de reducir daños que le ahorra dinero” en ambulancias, declaró el doctor David Rind, director médico de ese centro de estudios.
Para Jim Crotty, exfuncionario de la Administración de Control de Drogas bajo los gobiernos de Barack Obama y Donald Trump, “el objetivo no puede ser simplemente salvar la vida de esta gente”, sino que hay que enfocarse en el tratamiento de los adictos.
“Si, como yo, usted cree que el consumo de drogas es muy destructivo, la meta tiene que ser que deje de consumir drogas”.
OnPoint afirma que su personal alienta, aunque no fuerza, las conversaciones sobre tratamientos, que muchos de los visitantes ya han ensayado.
“Hay que estar vivo para intentarlo de nuevo”, dice See.
Collado trató varias veces de dejar de consumir drogas. Igual que muchos de los adictos que frecuenten los centros, vive en la calle.
Él y Báez se apoyan mutuamente. Se ayudan a resolver situaciones, comparten el dinero que consiguen cuando uno está necesitado y tratan de asegurarse de que no incurren en sobredosis y mueren solos.
“Esta es mi casa”, dice Collado, aludiendo al centro para adictos. “Es mi familia”.