Por Jorge Sánchez Herrera – Nómena Arquitectura – Arquitecto/Urbanista jorge@nomena-arquitectos.com
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Las ciudades, ese invento de las civilizaciones que ha permitido su desarrollo debido a la concentración de seres humanos y al intercambio de recursos y conocimiento que esto genera, hoy se ven amenazadas precisamente por las características que han sido el motor de su crecimiento.
Desde esta columna siempre he procurado explicar las ventajas de vivir juntos, más cerca el uno del otro. En esencia, menor necesidad de transportarse resulta en una mayor calidad de vida. La acumulación de gente hace que sea económicamente más viable el que todos tengamos más servicios a nuestra disposición.
col mientras escribo esto. Lo que es seguro es que tardaremos un buen tiempo en volver a la normalidad. Y que esa será, seguramente, una nueva normalidad.
También resulta predecible que, al término de la cuarentena, iremos recuperando nuestra ‘libertad’ de a pocos, y seguramente esto demandará de todos de mucha coordinación, empatía y solidaridad. Coordinación para poner en marcha nuestro trabajo y la economía sin poner en peligro nuestra salud, empatía para entender los efectos de este ‘encierro’ en cada uno de nosotros, y solidaridad para con quienes les sea más difícil ponerse en marcha.
Ningún activista, movimiento o líder político ha alcanzado lo que este virus parece estar logrando con sociedades acostumbradas al consumismo y la individualidad, alérgicas al bien común. En solo cuestión de semanas, y de un buen cachetadón, nos ha hecho ver la relevancia de un Estado presente, capaz de tomar el mando, la gigantesca importancia de un sistema de salud pública y la importancia de respetar las reglas, así no estés de acuerdo con ellas.
Si esta va a ser la nueva normalidad, la espero aquí tranquilo. Yo me quedo en casa.
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