Por Jorge Sánchez Herrera – Nómena Arquitectura – Arquitecto/Urbanista jorge@nomena-arquitectos.com
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Conocí a Shelley McNamara a finales del 2012, durante una conferencia que diera en la escuela donde cursaba el final de mi maestría. Entonces, la (no tan) conocida arquitecta irlandesa ocupó buena parte de su tiempo en explicar, con enorme entusiasmo, el proyecto que habían desarrollado para una universidad en Lima. Al terminar me le acerqué, conversamos y le dije con cierto cinismo limeño: ‘Es un gran proyecto, ojalá puedan construirlo’. Me estiró la mano, y luego de fusilarme con su mirada me dijo: ‘No lo dudes, lo vamos a construir’.
Shelley McNamara e Yvonne Farrell conforman el estudio de arquitectura Grafton y acaban de ganar el Premio Pritzker, el máximo galardón que se otorga a un arquitecto o grupo de arquitectos. Algunos lo llaman el ‘Nobel de la arquitectura’.
Mi escepticismo parecía justificado. ‘Las Grafton’ ganaron el concurso con una propuesta sumamente osada. Muy diferente no solo a las otras finalistas, sino a cualquier otra universidad que se hubiera diseñado, diría yo, en el mundo. Que una universidad peruana con fines de lucro construyera un edificio experimental, cuyo planteamiento no se basara en el ahorro o en la hipereficiencia de su área construible, parecía muy poco probable.
Es cierto que las Grafton ya se habían hecho notar en el mundo con otro proyecto, también educativo, como la Universidad Luigi Bocconi de Milán. Pero fue sin dudas la nueva sede de la UTEC la que las lanzó, con toda justicia, al estrellato mundial. Desde su concepción, allá por el 2011 hasta hoy, el edificio ha cosechado todo tipo de elogios y reconocimientos, tanto de instituciones, universidades, así como de los principales críticos de arquitectura del mundo, quienes reconocen no solo sus cualidades espaciales, sino también la pertinencia de la implantación en su contexto. Sin embargo, es precisamente su relación con el lugar lo que despierta las más feroces críticas locales.
No soy usuario del edificio, pero podría coincidir con quienes critican el confort ambiental de sus espacios. ¿Rasgarme las vestiduras porque ‘no respetó el contexto’? No lo creo. El edificio tiene una fachada monumental aunque permeable hacia la autopista de la bajada de Armendáriz. Y hacia Barranco una suerte de andenería fragmentada que va descendiendo hacia el barrio de La Viñita, que de arquitectura monumental tiene poco y, por eso mismo, ha entrado en un proceso de renovación y densificación hace algunos años. Si algo hay que criticar son las moles que los alcaldes de Barranco han dejado construir sobre la Av. Grau, uno más feo que el otro. Aunque sobre ellos no he escuchado nada de los arquitectos a los que les gusta tener a la UTEC de piñata.
Ya lo he escrito aquí antes. ‘Las (buenas) ideas arquitectónicas necesitan construirse para ponerse a prueba’. Y creo que el reconocimiento mundial llega por el atrevimiento y la perseverancia de las Grafton en lograr que las suyas se construyan.
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