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¿De dónde viene el apelativo “búfalo” vinculado al Apra?

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Por Fernando Pinzás

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La reciente denuncia Miguel Atala, exvicepresidente de PetroPerú durante el gobierno aprista, de una ‘fuerza de choque’ en el partido trajo a la memoria uno de los episodios históricos más controvertidos de esta organización: la existencia de ‘búfalos’, una denominación usada por los enemigos del Apra para referirse a sus elementos más violentos.

Fue el propio Mauricio Mulder quien, la semana pasada, señaló que los búfalos ‘son una leyenda’ y que el único búfalo que existió en el partido fue Manuel Barreto Risco, una de las figuras más interesantes y poco recordadas del Apra.

¿Quién era el Búfalo Barreto? Tal como lo recordó Mulder, fue un activo militante que murió en la toma del cuartel O’Donovan en Trujillo el 7 de julio de 1932, al dirigir una revolución contra el gobierno autoritario de Luis Sánchez Cerro. Pero su historia resulta mucho más interesante y tiene tintes de leyenda.

En El año de la barbarie, el periodista y escritor Guillermo Thorndike cuenta que Barreto tuvo una vida muy difícil, que escapó de su casa en el Callao cuando casi mata a golpes a su padrastro, en defensa de su madre que era agredida. Ya en Trujillo, se volvió anarquista y luego aprista. Thorndike recuerda que Barreto ‘se hizo hombre en Trujillo’, que ‘comenzó como lustrabotas’ y luego fue mozo del restaurante del Recreo. Lo recuerda así:

‘Orador vigoroso, turbulento organizador de sindicatos, enfurecido revolucionario, no llegó siquiera a candidato de diputado; bonachón, encantado por los niños, su vida fue sin embargo violenta y no dio cuartel a sus semejantes. Llevó consigo la tragedia, aceptándola como socia de sus aventuras, trotamundos enamorado de ideas nobles, enfurecido peleador, rebelde tenaz… Sólido, ancho, musculoso, de ojos casi azules y cabello castaño, era bohemio y pegador, hombre de malas borracheras. Al correr de los años tomó dos decisiones importantes: se casó con Hortensia -con quien tuvo dos hijos, un varón y una mujer-, y al ser absorbido el anarco-sindicalismo por el Apra, se afilió al nuevo partido. Se entregó a él místicamente, barbudo monje de los sindicatos y de la lucha contra los latifundios. Su pasión aprista no disinuyó cuando inició un pequeño negocio de venta de gasolina y cuando compró un destartalado automóvil de servicio público. La piedra que había rodado a puntapiés encontraba reposo’.

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Thorndike recordaba también que Búfalo se ‘abría paso a balazos en los turbulentos mítines de 1931’. Pero su prueba de fuego ocurrió en ese violento julio de 1932, el momento de máxima tensión entre el perseguido Partido Aprista y el gobierno de Sánchez Cerro.

Retrocedamos un poco para explicar el contexto. Meses después de la caída de Augusto B. Leguía y de varios gobiernos transitorios, el Perú se alistaba a las primeras elecciones democráticas en años. Las principales fuerzas eran, por un lado, la Unión Revolucionaria y Sánchez Cerro, artífice de la caída de Leguía y representante de una derecha populista y nacionalista. Al otro lado, el Partido Aprista de Haya de la Torre con su agenda antiimperialista y antioligárquica.

La campaña electoral de 1931 fue violenta y no faltaron los revólveres y los palos entre militantes de ambos partidos. La victoria fue para Sánchez Cerro, algo que no fue reconocido por el Apra, que denominó ‘presidente moral del Perú’ a Haya. ¿Hubo fraude como argumentan incluso hasta ahora los apristas? Historiadores expertos en el caso como Tirso Molinari aseguran que no. Sin embargo, en departamentos como Cajamarca, donde ganaba el Apra, la votación fue anulada, aduciendo que no se cumplieron con las garantías del proceso.

Para julio de 1932 el país estaba en una casi guerra civil. Sánchez Cerro dio una ley de emergencia que permitió el desafuero, encarcelamiento y también el destierro de parlamentarios apristas, sosteniendo que estos complotaban contra el gobierno. En mayo un aprista disparó al presidente, pero este sobrevivió (no tendría la misma suerte en mayo de 1933), Haya de la Torre era encarcelado en el Panóptico y la persecución continuó. Guillermo Thorndike llamó al año de 1932 ‘el año de la barbarie’ que sirvió de título para su libro. Evidentemente, nadie imaginaría entonces que una barbarie peor se desataría en los años 80 en nuestro país.

Con su líder encarcelado, los apristas preparan un plan revolucionario en Trujillo.

La madrugada del 7 de julio, tal como se había planeado, ‘Búfalo’, Jorge Idíaquez, Alfredo Tello y otros apristas, junto a decenas de campesinos, ejecutaron la toma del cuartel. Al entrar por la puerta principal, los disparos de los militares lo alcanzaron.

‘Cinco, seis campesinos lo siguieron, empuñando sus machetes. Diez metros más allá, Búfalo cayó en tierra, desmadejado por los disparos del centinela: un tiro en la garganta, otro en los testículos. Se desplomó de espaldas, los ojos vidriosos, sintiendo cómo la vida se le escapaba entre las piernas, boqueando a causa del aire que no llegaba a través de su tráquea hecha pedazos’, relata Thorndike en El año de la barbarie.

La revolución continuó por algunas semanas y la ciudad de Trujillo fue tomada tras bombardeos aéreos y el ingreso de tropas que buscaban, casa por casa a los rebeldes.

En el cancionero aprista, la canción Julio del 32 relata la epopeya.

Pero la leyenda del ‘Búfalo’ continuó. En los años 30, los enemigos del Apra, como la Union Revolucionaria, comenzaron a representarlos como búfalos en sus diarios. Fue así que se difundió este apelativo de manera despectiva. Pero Barreto no fue el único ‘búfalo’. Uno igual de temido fue Arturo Pacheco Girón, líder del denominado Comando Indoamérico y recordado, entre otras cosas, por haber acabado a golpes y chachiporrazos un recital de poesía del emblemático grupo Hora Zero en la Universidad Federico Villareal, conocida por ser un bastión aprista. El incidente llevó al entonces veinteañero César Hildebrandt a realizarle una memorable entrevista en 1971 para Caretas, en la que hablaro nde poesía y de organización partidaria. Murió, junto a su familia, el 26 de agosto de 1990, asesinados y luego dinamitados.

Como muchos periodistas recordaron recientemente, los búfalos junto a los ‘coyotes’ de Acción Popular, los ‘chitos’ del PPC y la guardia obrera del Partido Comunista forman parte de una tradición de fuerzas de choque partidarias en épocas donde las diferencias partidarias se dirimían también en la calle. Épocas que, esperemos, no vuelvan a nuestro país.

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