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‘Bots y conspiranoicos’, por Verónica Klingenberger

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Por Verónica KlingenbergerPeriodista@vklingenberger

Vivimos en un mundo en el que todavía algunos le dan más valor a su intuición que a la evidencia. Y aunque todavía sean minoría, las redes sociales multiplican sus voces y alimentan su desinformación. Por eso hoy, probablemente dentro de tu propio círculo, conozcas a un antivacunas, a alguien que cree que los alimentos genéticamente modificados hacen daño a la salud, que la homeopatía puede curarte de un cáncer o que el calentamiento global es una gran mentira. Hasta apostaría que alguno por ahí te ha sugerido que el hombre nunca llegó a la Luna.

Felizmente, las teorías de conspiración están empezando a combatirse airada y directamente, tanto por organismos oficiales y gobiernos de todo el mundo, como por medios de comunicación y laboratorios científicos de buena reputación. Por ejemplo, frenar el auge global del movimiento antivacunas es uno de los retos centrales de la OMS para este año. Y resulta obvio cuando solo el año pasado los casos de sarampión se incrementaron en un 30% en todo el planeta.

Sobre ese tema en particular, hace apenas unos días, dos hechos sonaron con fuerza. El primero fue la historia de Ethan Lindenberger, el chico de 18 años que desafió las teorías conspirativas de su madre y se vacunó para luego presentarse ante el Senado estadounidense y relatar su caso. En resumen, otro padre y madre que se convirtieron en firmes creyentes de las teorías antivacunas y se negaron a vacunar a sus hijos poniendo en riesgo vidas que no les pertenecen. ¿La mayor fuente de información de los Lindenberger? Facebook.

El segundo fue un estudio llevado a cabo en Dinamarca, con más de 650 mil niños, y que una vez más descarta el vínculo entre la vacuna triple vírica (que inmuniza contra sarampión, parotiditis y rubeola) y el autismo. El estudio fue publicado por Annals of Internal Medicine y fue realizado por investigadores del Statens Serum Institut de Copenhague.

Hay razones para desconfiar de todo, estamos de acuerdo. Justamente es ese uno de los pilares del pensamiento científico. No hay teoría que valga sin estudios que la validen. Entonces, ¿en qué se basan esos creyentes militantes cuya mayor fortaleza es la insistencia cuando aseguran que la Tierra es plana o que las vacunas producen autismo? En teorías que, aunque ya han sido desmentidas, terminan siendo el principal insumo de las noticias falsas y que gracias a las redes sociales alimentan la paranoia de millones de personas.

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Y es ahí cuando uno confirma que los grandes responsables de la difusión masiva de información errónea son Facebook, Twitter y sus bots. Como esta es una amenaza importante para las democracias, muchos científicos informáticos ya están estudiando las causas de la difusión viral de la desinformación y sus antídotos posibles. Lo que se sabe hasta ahora es que las noticias que tienen baja o nula credibilidad son fuertemente apoyadas por robots sociales: estos bots amplifican el target de estos contenidos antes de que se hagan virales y se dirigen a usuarios con muchos seguidores a través de respuestas y menciones. Frenarlos sería una solución. La otra, y que es la que sugería un amigo hace unos días, sería enseñar a detectar el valor y credibilidad de una fuente antes de confiar en un artículo y compartirlo con tus contactos. Esa debería ser una de las principales lecciones en colegios y universidades.

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