POR VERÓNICA KLINGENBERGER – Periodista – @vklingenberger
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Hong Kong, Chile, España, Líbano, Ecuador, Haití, Bolivia. Algo se ha encendido en el mundo y nadie sabe bien cómo apagarlo. La única certeza es que el sistema neoliberal parece haberse agotado y estaría por fin mostrando el gran tumor que lo hará colapsar: la desigualdad social y el irresponsable abuso del planeta. Un sistema que solo beneficia a los que más tienen tarde o temprano iba a pudrirse. El caso de Chile, el gran ejemplo del desarrollo en la región (un país que sigue llevándonos décadas, por cierto), no deja de sorprender a los que miden el crecimiento a partir de indicadores como el PBI, la inflación, la tasa de desempleo o la balanza de pagos. ¿Y el bienestar? Parece que, al menos por ahora, es un lujo que solo se pueden dar países como Nueva Zelanda y Suecia.
Supongo que a excepción de una minoría multimillonaria, angurrienta y desalmada, todos queremos vivir mejor. Y vivir mejor significa que todos podamos acceder a un buen sistema de salud, de educación y de jubilación sin tener que hipotecar nuestra vida en ello. Eso de trabajar 12 horas diarias cinco días a la semana para tener apenas algo que comer y un espacio donde dormir no debería sostenerse por mucho más tiempo. Menos cuando la corrupción es rutina para los 4 o 5 grupos de poder que gobiernan el planeta. Quizás la furia chilena se deba también a la impunidad. Lo mismo en Bolivia. Al menos en el Perú vemos que la justicia llega. A cuentagotas pero llega. Y eso funciona como sedante temporal.
Mientras el mundo arde es fácil comprobar nuevamente las dos ventanas desde donde lo vemos. Volviendo al caso de Chile, por ejemplo, a través de la primera conocemos una fuerza policial y militar escalofriantemente prepotente y violenta: disparan a quemarropa y se infiltran para generar desmadres de los cuales luego responsabilizan a ‘grupos desestabilizadores’ y utilizan como argumento para sus acciones. Desde la otra se divisan civiles desbocados capaces del peor vandalismo. Son delincuentes de la peor calaña: destruyen, roban, golpean. Cada ventana está conformada por cientos, miles de grabaciones desde teléfonos celulares. Y uno tiene mayor acceso a la ventana que coincida más con sus inclinaciones políticas y sociales.
Emocionalmente reaccionamos de manera inmediata. Unos exigen orden y los otros justicia cuando deberíamos reclamar ambas cosas. El gran reto está en que aprendamos a asomarnos desde ambas perspectivas y empecemos a entender que ambos extremos han dado señales de no funcionar. Y cuando el odio hacia uno de ellos no nos permite ver lo que está mal en el otro, entonces estaremos siempre promoviendo el desplazamiento de lo malo a lo peor, de la derecha a la izquierda, nunca hacia adelante. Necesitamos un modelo liberal y democrático: estamos de acuerdo en que Venezuela es lo peor que podría pasarnos y que Chile sigue siendo un país más avanzado que el nuestro. Necesitamos una economía que siga creciendo libremente, pero que sea regulada por un Estado más presente y activo, que asegure las mismas oportunidades y derechos básicos para todos y al que, por eso mismo, queramos confiarle con gusto una parte de lo que ganamos. ¿Cómo se hace eso? Quizá empiece con aprender a mirar con el mismo escepticismo por ambas ventanas.
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