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Los bosques tropicales son uno de los ecosistemas terrestres que más biodiversidad albergan en el mundo. Además de contribuir a la regulación del clima y al almacenamiento de carbono, son el sustento de vida para cientos de poblaciones vulnerables. Sin embargo, su situación en América Latina es preocupante.
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Según datos extraídos del último reporte de la Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES), publicado en mayo de este año, entre 1980 y 2000 se devastaron 100 millones de hectáreas de bosques tropicales en todo el mundo, y 42 millones de ellos desaparecieron en América Latina.
Otras cifras reveladoras del informe IPBES indican que, desde antes del asentamiento de los españoles y observando la situación hasta hoy, el 17% de la selva amazónica se ha transformado en paisajes dominados por el hombre y, por ejemplo, Mesoamérica —los territorios de Guatemala, El Salvador, Belice, así como parte de México, Honduras, Nicaragua y Costa Rica— ha perdido el 72% de su bosque seco tropical, mientras que el Caribe perdió el 66%.
‘Hay una gran pérdida de los bosques tropicales en Latinoamérica, un gran proceso de deforestación impulsado por la producción de alimentos a gran escala, con sistemas modernos y mecanizados de alta dependencia de insumos químicos y tecnológicos. En la Amazonía, el Gran Chaco, la Chiquitania y El Cerrado se repite el mismo proceso’, asegura Matías Mastrangelo, investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina y autor principal del capítulo 2 del informe del IPBES.
A esto se suma un informe publicado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), titulado ‘El Estado de los Bosques del Mundo 2018’, que confirma que América Latina es una de las que más bosque ha perdido en el mundo, pasando de un 51,3% de cobertura en 1990 a 46,4% en 2015, es decir, una pérdida de casi 5% en 25 años.
La Amazonía y los Andes
Liliana Dávalos, bióloga e investigadora de la Universidad Stony Brook de Nueva York, asegura que el desarrollo que existe hoy en la región amazónica no tiene comparación histórica. ‘Esta transformación cambia los climas locales e influye en el clima mundial. Tiende a destruir lentamente las culturas indígenas y el impulso desmedido de infraestructura afecta los bosques. Se está dando una transición violentísima’, asegura.
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Para Dávalos en países amazónicos como Colombia, Perú y Bolivia se ha dado una fuerte tradición de cultivos de coca a los que se les atribuye gran parte de la deforestación. Sin embargo, investigaciones recientes y el libro ‘Los orígenes de la cocaína’, del cual es coautora, han mostrado que los cultivos ilícitos más bien están inmersos dentro de una deforestación de frontera agrícola que se abre desde hace ya varias décadas. ‘Se pensaba que al eliminar la coca se acabaría la deforestación pero eso no es verdad. Por ejemplo, Brasil no tiene una historia grande de coca y tiene un fenómeno de deforestación muy fuerte en su frontera amazónica’.
La tendencia actual, de acuerdo con Dávalos, muestra que los territorios indígenas y campesinos, aunque tengan una protección nominal, se enfrentan a la deforestación y en muchos casos ocurren eventos violentos ‘entre la gente que históricamente vive en los bosques y los que quieren apoderarse de la tierra que está debajo de estos bosques. En todos los países tenemos esto. Es necesario verlo de forma regional’, enfatiza.
Las altas tasas de deforestación en la Amazonía se han convertido en un problema de interés mundial. En Perú, por ejemplo, los esfuerzos de monitoreo se han centrado en estos bosques dado el valor en biomasa y captura de carbono que poseen. Sandra Ríos, ingeniera geógrafa del Instituto del Bien Común y la Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada (RAISG), considera que en el país el problema de la degradación es aún más grave que el de deforestación; la pérdida selectiva de algunas especies como consecuencia de la tala ilegal termina por afectar al ecosistema en su conjunto. ‘El panorama es complicado. El tema de degradación no está muy bien estudiado en Perú pero diversos estudios mencionan que es una amenaza grande’, le dice a Mongabay Latam.
Según dice, se están haciendo buenos trabajos de monitoreo para saber qué está pasando pero falta más esfuerzo en prevención. ‘No se están identificando claramente las causas que están poniendo en peligro a estos bosques’, dice. Además menciona que la fragmentación del tema forestal dentro de las instituciones peruanas complica la situación. Una parte del Servicio Forestal Nacional está en el Ministerio de Agricultura, mientras que el tema forestal para cambio climático y el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (SERNANP) están en el Ministerio de Ambiente. ‘Tener fraccionado al sector forestal no ayuda a mejorar los resultados de buen manejo y conservación de los bosques’, recalca Ríos. Esto tiene sentido para la experta, pues la principal causa directa de degradación y deforestación en el Perú es la agricultura.
La historia de Colombia comparte similitudes pero tiene particularidades relacionadas al conflicto armado y los efectos que dejó la desmovilización de gran parte de los hombres de la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que abandonaron los territorios que dominaban en la Amazonía. Se han registrado procesos de acaparamiento de tierras y especulación de estos precios dentro del mercado negro, que han afectado principalmente la zona de transición entre Andes y Amazonía, presionando fuertemente a Parques Nacionales como Macarena, Tinigua y Picachos. De hecho, la tendencia ya está tocando el corazón de la región en el Parque Chiribiquete, el área protegida continental más grande del país que abarca más de 4 millones de hectáreas.
Datos recientes del Sistema de Alertas Tempranas del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (IDEAM), así como monitoreos realizados por organizaciones como Monitoring of the Andean Amazon Project (MAAP) muestran una fuerte concentración de la deforestación en la zona noroccidental de la Amazonía colombiana, que es considerada la más intensa entre todos los países de la región que comparten este bioma.
Precisamente un artículo de las biólogas Liliana Dávalos y Dolors Armenteras, publicado en la revista Biological Conservation, analizó la influencia de la ganadería en la pérdida de bosque en el norte del departamento del Guaviare y empezó a dar indicios sobre el verdadero fenómeno: acaparamiento de tierras. ‘Nos dimos cuenta que el precio de la carne no estaba subiendo ni tampoco los ingresos de la gente. Se multiplicaron las vacas pero los precios estaban por el piso y fluctuando. El ingreso económico del departamento por ganadería se desplomó. Lo que sí vimos era que los mercados de las tierras se estaban disparando’, comenta Liliana Dávalos y agrega que ‘la deforestación y el acaparamiento de las tierras están conectados’.
Los bosques de la Amazonía preocupan, pero los bosques andinos también están en un grave deterioro.
Dávalos comenta que este ecosistema continúa entre los más amenazados del mundo, lo cual es preocupante pues son los que tienen más biodiversidad. Para ella, estos bosques están bajo fuerte presión en los países sudamericanos porque han aparecido nuevas fuerzas que no existían hace 20 años, como el auge desbordado de la minería y la utilización de tecnologías como el fracking o fractura hidráulica en las cuencas hidrográficas.
La situación preocupa incluso a institutos como el Alexander von Humboldt en Colombia. Andrés Avella, investigador líder de la línea de Bosques y Ecosistemas Estratégicos del Instituto, comenta que están desarrollando una agenda de investigación para los bosques andinos, de la parte alta de la montaña, cerca al páramo, ‘debido a su importancia en la provisión de recurso hídrico y la conservación de suelos’. Conservar estos bosques se torna indispensable, comenta Avella, porque aproximadamente el 80% de la población está asentada en la cordillera de los Andes.
El Gran Chaco y los bosques secos
‘A diferencia de la Amazonía, que es un bosque tropical húmedo, el Gran Chaco es menos carismático y llamativo para la atención internacional porque es un bosque seco, su clima es muy adverso y las condiciones para desarrollo de actividades humanas no son las mejores’, asegura el biólogo argentino Matías Mastrangelo.
Sin embargo, los bosques del Chaco han sido los más deforestados del mundo en los últimos 20 años. Solo en Argentina se perdieron 15 millones de hectáreas entre los años 2000 y 2015, según datos recogidos en el informe IPBES.
Mastrangelo comenta que la hostilidad de ese ecosistema, que lo mantenía alejado de la intervención humana, cambió hace unas tres décadas porque sus suelos forestales son muy fértiles y pudieron utilizarse para la agricultura industrial, con nuevas tecnologías que permitían cultivos en zonas cada vez más secas. ‘Eso llevó a las tasas de deforestación más altas a nivel global en los comienzos del siglo XXI y es un problema compartido por Argentina, Paraguay y Bolivia’.
Para el investigador, estos bosques secos son muy importantes y hay estudios que muestran niveles de biodiversidad comparables a los de la Amazonía. Su preocupación es que todo se está perdiendo tras el paso de la industria que desmonta bosque para ganar lugar para la soya, soya transgénica y, recientemente, a pasturas para ganadería. ‘El Chaco se está perdiendo a una tasa muy acelerada en Argentina. Algo similar, o incluso más rápido y extenso, ocurre en Paraguay’.
El Chaco es el último remanente continuo de bosque seco en Latinoamérica, pero lo peor para este ecosistema es que también están amenazados los parches que quedan en países como Ecuador, Perú y Colombia.
Datos del Instituto Humboldt en Colombia señalan que solo queda 8% de bosque seco tropical en el país. ‘Son los más transformados en nuestro territorio y el ecosistema en más grave riesgo de extinción. Estamos concentrando esfuerzos en conocer su distribución, evaluar su estado de conservación y saber más sobre las especies que quedan en ellos’, dice Andrés Avella del Humboldt.
Por su parte, Sandra Ríos del Instituto del Bien Común y la RAISG en Perú, asegura que los bosques secos han estado en alerta y las tasas de deforestación son altas, ‘el problema es que no hay tanto estudio comparado con la atención que ha recibido el bosque amazónico’, comenta.
Algunas tendencias de recuperación
La noticia positiva para los bosques tropicales de Latinoamérica es que en países como Costa Rica, Puerto Rico y algunas partes de El Salvador, donde existía una tendencia de pérdida de bosques por muchos años, la situación ha cambiado en el nuevo siglo. Los bosques han vuelto a crecer, en parte porque ha cambiado la base económica de la gente, y en muchos casos se pasó de cultivos de subsistencia al turismo.
Aun así, los expertos aseguran que ese optimismo debe ser conservador. Matías Mastrangelo plantea dos consideraciones. La primera es comparar la extensión de esos bosques con lo que se pierde en otras regiones, pues, hasta el momento, lo que se gana en reforestación está muy por debajo de lo que se pierde en deforestación. ‘Son ganancias muy puntuales mientras que las pérdidas son a gran escala. El balance neto al final es de pérdida de bosques’, comenta.
En segundo lugar, hay que tener en cuenta qué tipo de bosques son los que se recuperan. ¿Tienen la misma calidad y la misma biodiversidad?¿generan los mismos beneficios que los bosques que estaban antes de la pérdida? ‘A veces se contabilizan como reforestación las plantaciones industriales o con especies exóticas, y eso, en realidad, en términos de hábitat y provisión de servicios ecosistémicos, tiene mucho menos valor’, precisa Mastrangelo.
El experto argentino cree que frenar esta tendencia de pérdida de bosques tropicales requiere de una gobernanza donde todos los actores tengan un poder de decisión y un rol en esa solución. ‘Los pueblos originarios y comunidades indígenas tienen un rol muy importante como guardianes de los bosques tropicales, al igual que los Estados al desarrollar políticas públicas para hacer ordenamiento del territorio’.
Un punto primordial para Mastrangelo es sumar al sector privado, pues gran parte de la deforestación se da en estas tierras y muchas veces es causada por capitales que no son locales. ‘No puede ser una ganancia en el corto plazo que ponga en riesgo la sostenibilidad del sistema en el largo plazo’.
Andrés Avella del Instituto Humboldt dice que se necesita un respaldo político donde todos, y no solo el sector Ambiente, trabajen articuladamente para frenar la deforestación. ‘Hay que avanzar en la educación, transmitir el conocimiento y la información que se tiene. La sociedad civil debe ser más activa’.
Existen esfuerzos puntuales, como el que se está dando con los bosques de San Martín en Perú. Conocido por sus históricas tasas de deforestación, desde hace ocho años se empezó a impulsar la conservación. ‘Sus cifras están mejorando, hay mucho apoyo de la sociedad civil, las autoridades y diferentes actores. Va por buen camino y es un modelo para otras regiones’, afirma Sandra Ríos. No obstante, reconoce que todavía falta más trabajo para lograr avances a mayor escala.
Los expertos coinciden en que hoy existen muchas propuestas y experiencias exitosas donde la producción y la conservación se vuelven compatibles, entre ellos los sistemas silvopastoriles, agroforestales y muchos sistemas agroecológicos que traen conocimiento de los pueblos originarios y comunidades indígenas, y que prueban que se puede producir sin destruir el bosque nativo.
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