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Ciudad Iggy [OPINIÓN]

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POR VERÓNICA KLINGENBERGERPeriodista@vklingenberger

Iggy Pop fue un cortocircuito. Con la mirada afiebrada ante unas 18 mil personas con los gustos musicales más distintos (tocó en Ciudad Rock, festival que incluyó en su cartel a Miki González, Christina Rosenvinge, la Mala Rodríguez, Calamaro y otros), la iguana le metió un puñetazo al tedio limeño para luego escupirlo sobre su propio pecho. A un lado del escenario, con el torso desnudo y el cuerpo ligeramente encorvado hacia un lado, Iggy esperaba que el riff sobre el cual construyó toda una carrera sobresalga entre gritos y aplausos. El riff inicial de I Wanna Be Your Dog -el que Ron Asheton, guitarrista de los Stooges, tomó de Highway Chile de Hendrix y luego sazonó con algo de la Velvet y algo de The Who- fue el silbido inequívoco que nos hizo saltar como ese perro que sabe que por fin, y luego de tantos años, su amo llegó a casa.

A sus 69, James ‘Iggy’ Newell Osterberg, Jr. pasa por un buen momento arriba y abajo del escenario: acaba de lanzar Post Pop Depression, álbum que grabó junto con Josh Homme (Queens Of The Stone Age), Matt Helders (el baterista de Arctic Monkeys) y Dean Fertita (Queens Of The Stone Age, The Dead Weather) y que parece será el último disco de su carrera, según declaró a NME a inicios de este año. El 19 de mayo se proyectó en el Festival de Venecia el documental Gimme Danger sobre los Stooges, la icónica banda que tuvo entre el 67 y el 74, dirigido por un fan que resulta también ser un gran director llamado Jim Jarmusch. La película tiene como fecha de estreno el 28 de este mes y esperamos que se proyecte en alguna sala de cine local. Y finalmente, también se anuncia la publicación, para el 15 de noviembre, de un nuevo libro editado por Third Man Books, la editorial de Jack White: Caos Total: La historia de los Stooges.

El inicio del show -tres shots: I Wanna Be Your Dog, The Passenger, Lust For Life- hubiese bastado para dejarnos extasiados con una sonrisa en la cara y las pantorrillas acalambradas. Pero Iggy es un performer y se encargó de dar una clase maestra de drama y comedia que duró poco más de hora y media. A lo largo de 20 canciones (siete de los Stooges, un cover y el resto de su carrera solista), bajó y subió al escenario sin descanso -los dos encores duraron apenas unos minutos-; cantó Repo Man junto a un fan de unos 20 años al que salvó de una paliza y con quien luego accedió a tomarse un selfie; y nos contó, con hipnótico histrionismo, la misma historia de sexo y muerte que ha escrito desde el comienzo de su carrera.

Resulta difícil imaginar al Iggy mítico (el que a fines de los 60 cantaba con el cuerpo ensangrentado o untado de mantequilla de maní, el que en los 70 mezclaba su cocaína con telarañas y luego se entregó de lleno a la heroína y a los barrios más marginales de EEUU y Europa) como lo describió alguna vez su gran amigo David Bowie: Iggy es un intelectual de clóset. Un tipo que adoraba leer a escondidas (pocas cosas podían resultarle menos punk), educarse y que en el 64, apenas tres años antes de que los Stooges se pusieran a tocar, fue parte del equipo de debate de su colegio.

En su último disco, el músico le canta a la muerte: ‘La muerte es esa pastilla difícil de tragar / ¿Hay alguien ahí adentro? / ¿Y puedo llevar a un amigo? / No soy el hombre que lo tiene todo / No tengo nada más que mi nombre’. Después de su presentación no hubo mucho más. Sospecho que antes, tampoco. El festival fue él y nadie más (ciertamente nadie de ese cartel) podría meter nuestros dedos al enchufe de esa manera y recordarnos que hay que vivir con intensidad porque todos tenemos el tiempo contado. Y esa certeza, si la vemos desde el lado correcto, resulta absolutamente liberadora.

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Gracias a todos los que colaboraron con la Reciclatón.

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