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Vamos a la fiesta [OPINIÓN]

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POR VERÓNICA KLINGENBERGERPeriodista@vklingenberger

Últimamente, ningún concierto que se anuncie en Lima me emociona mucho. De los que se anuncian este año, me entusiasman Iggy Pop y Guns & Roses: el primero, porque el musculoso Iggy (a quien David Bowie llamaba un ‘intelectual enclosetado’ porque se avergonzaba de leer tanto) es parte viva de la historia del rock y se sigue calateando a sus 69 años para ladrar que quiere ser mi perro. Los segundos porque me recuerdan que el rocanrol todavía puede ser un espectáculo ridículamente divertido y sobre todo porque no hay bandas que te toquen tanto como aquellas que fueron tu razón de ser en la adolescencia. Lo siento, viví dos años con una bandana amarrada en la cabeza y caminaba de costado arrastrando los pies. No sabía que Axl se convertiría en un señor rarísimo.

Las bandas nuevas que llegan, muchas ellas de gran vigencia y talento, no me emocionan mucho seguramente porque no les he dedicado el tiempo suficiente o, en el caso contrario, porque no les creo mucho. Pero de vez en cuando aparece alguna que por algún misterioso motivo me atrapa (¿qué hace que enganchemos con unos más que a otros?). Eso me pasó con una australiana de 27 años hace poco más de un año. El 23 de marzo del año pasado, Courtney Barnett lanzó su primer LP titulado Sometimes I Sit And Think, And Sometimes I Just Sit (A veces me siento y pienso, y a veces solo me siento). Antes había publicado un EP doble: A Sea of Split Peas, algo como Un mar de arverjas. Un amigo me la recomendó diciendo: ‘es una especie de Jonathan Richman joven y mujer’. Si no sabes quien es Richman, no importa, solo debes saber que era el cerebro de los Modern Lovers (búscalos y escúchalos) y que hasta hoy escribe canciones llenas de humor, historias y melodías originales con una interpretación muy particular que te hace pensar en un performer o un actor o en alguien que trasciende la etiqueta de estrella del pop rock.

Al comienzo no entendí la asociación y Elevator Operator (el primer track del disco) me sonó un poco a Sheryl Crow (no te piques fan über cool, Sheryl también tuvo su momento en los 90). Pero pasada la inquietud inicial, Barnett empezó a revelarse de manera maravillosa. Sus letras, sorprendentemente inteligentes y fluidas, superan el ingenio vacío tan celebrado hoy y han llevado a la crítica más emocionada a compararla hasta con Dylan. Su mirada es sensible y cotidiana a la vez y sus canciones son divertidas y profundas crónicas domésticas de una millenial gay que parece un chiquillo pelucón que sabe que encontró lo suyo a tiempo y que toca la guitarra como los buenos. ¿Ejemplos? ‘Ponme en un pedestal, y solo te decepcionaré’ (‘Pedestrian At Best); ‘Jen insiste en que compremos vegetales orgánicos y debo admitir que al comienzo estaba un poco escéptica: un poco de pesticida no puede dañarnos’ (Dead Fox); ‘Dices ‘dormirás cuando estés muerta’, y yo tengo miedo de morir durmiendo’ (Nobody Really Cares If You Don´t Go to the Party). El espacio queda chico porque como escribió Rolling Stone, ‘no solo se cita una canción de Courtney Barnett, se recapitula’. Esa misma reseña termina diciendo que estamos frente a ‘un talento al que estaremos siguiendo por décadas’.

Nobody Really Cares If You Don´t Go to the Party es también el nombre de su gira y todo parece indicar que llegará con su trío (Bones Sloane, en bajo y coros y David Mudie en batería) a Lima para un único concierto el 10 de noviembre (es probable que la próxima semana confirmen tan buena noticia). A nadie le importa de verdad si no vas a su fiesta pero no dejes de ir. Ella es la mejor prueba, mi querido rockero viejo y escéptico, de que todos tus prejuicios están equivocados: el rock vive y todavía suena jodidamente bien.

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