Rivales o colegas, enemigos o compañeros, Daddy Yankee y Don Omar, dos figuras imprescindibles del reggaeton, se “enfrentaron” musicalmente hoy en un concierto explosivo en Las Vegas en el que no hubo vencedores ni nocáuts, pero sí derechazos del reguetón más callejero y sexual.
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Se trataba de la primera parada en Estados Unidos de la gira “The Kingdom”, en la que las dos estrellas boricuas se retan y encaran, jugando con antiguas rivalidades ya superadas, como si se tratara de un combate de boxeo por el título, no de los pesos pesados, sino del rey del reggaeton.
No hubo veredicto hoy tras un final un poco decepcionante para muchos de sus seguidores, y es que después de que cada uno de los artistas brillara y demostrara su valía en solitario en su respectiva mitad, finalmente no hubo una actuación conjunta de Daddy Yankee y Don Omar.
La gira comenzó en diciembre en Puerto Rico y fuentes de la organización aseguraron hoy a Efe que el tour pasará en el futuro por Washington, Nueva York, Miami y Orlando, entre otras ciudades de Estados Unidos.
Lo que se vio en Las Vegas esta noche, por parte de los dos artistas, fue un show incansable, atronador, atiborrado de testosterona, sudor y “perreos”, y con una factura audiovisual intachable.
Los dos “reguetoneros” enlazaron en sus repertorios canciones sin tomar aire, con el motor al máximo de revoluciones, para dar una pequeña pincelada de lo que tiene este ritmo urbano y latino que triunfa allá por donde pisa.
A su favor jugaba un MGM Grand Arena de Las Vegas prácticamente lleno y con un público que se sabía tan bien la letras de sus ídolos que, si lo de hoy hubiera sido un examen, se habría impuesto el sobresaliente general.
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La noche comenzó con Daddy Yankee, cuya aparición, vestido de negro de arriba a abajo y junto a sus bailarines disfrazados de militares, desató la locura con unas bases y unos bajos tan profundos como para resonar en todo el desierto de Nevada.
“¡Las Vegas está muy encendida esta noche!”, gritó el artista con dinamita gracias a canciones como “Rompe”, una coreadísima “Lo que pasó, pasó” y “La despedida”.
Daddy Yankee agradeció a todos los que han llevado a reguetón “a conquistar el mundo entero” y dedicó un intermedio a rapear e improvisar sin apenas bases, como dijo hacía en sus inicios musicales.
“Boricua morena” y “Ella me levantó” lanzaron una recta final en la que la cima fue “Gasolina”, uno de los primeros éxitos internacionales del reguetón y que esta noche, entre los pañuelos agitados de la coreografía y las llamaradas de fuego que surgían del escenario, sonó totalmente grasienta, sudorosa e inapelable.
Tras un breve descanso le tomó el relevo Don Omar, que salió al escenario con una sonrisa de oreja a oreja, ropa de tonos claros y un pañuelo de piel, y que, rindiendo honor a “la ciudad del juego”, se jugó todas sus fichas en la primera mano: “Dale Don dale”, “Dile, cuéntale” y “Pobre diabla” se llevaron los premios más preciados.
Las diferencias entre Daddy Yankee y Don Omar son escasas, pero mientras el primero sonó hoy más mordiente, rapero y agresivo, el segundo se apoyó de inicio sobre ritmos latinos y caribeños más sensuales.
“A mis 38 años he hecho de todo: desertor escolar, pastor de iglesia, delincuente. Y en el mejor momento de mi vida ustedes me convirtieron en Don Omar”, dijo el cantante en un discurso muy personal.
Don Omar aprovechó para reivindicar la fuerza los latinos en Estados Unidos, que en su opinión no son sólo “una comunidad” sino “una fuerza trabajadora”.
“Latino: estudia, trabaja y persevera. Este país necesita más gente como tú”, añadió.
En su parte final, el público cantó de principio a fin
“Bandolero” y recordó porque la muy popular y exitosa “Danza Kuduro” se convirtió en una canción indispensable para cualquier fiesta en la playa.
Y cuando Don Omar abandonó el escenario y se apagaron las luces, todo el público se mantuvo expectante y mordiéndose las uñas, ya que se esperaba que en cualquier momento salieran los dos “reguetoneros” para reventar la noche en una actuación conjunta.
Sin embargo, el concierto terminó ahí con un ligero regusto final de decepción, sin el esperado encuentro, sin un “cara a cara” que habría hecho estallar una velada que, por todo lo demás, fue pura energía, ritmo, reggaeton y fiesta absoluta.