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Guía escapista [OPINIÓN]

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POR VERÓNICA KLINGENBERGERPeriodista@vklingenberger

He llegado a ese punto en la campaña electoral en el que odio a todos los candidatos y a todos los votantes. Los ataques entre los primeros me tienen hastiada, los arrebatos furibundos ante cámaras me parecen sintomáticos de egos peligrosos, la superioridad moral de la izquierda me cae cada vez peor, y la bacanería y paranoia de la derecha ya alcanzó niveles patológicos. A eso, súmale el Faktor K y el constante recordatorio de que a una gran cantidad de peruanos no le molestaría devolverle el país a la peor mafia que jamás nos haya gobernado y el resultado en mi psiquis es nefasto. He llegado a fantasear incluso con votar por Gregorio Santos solo por joder. Felizmente no he enloquecido por completo aún y alguna versión de mí se esfuerza por sacarme del pescuezo de este mar mental negro y espeso. Por eso quiero compartir esta modesta guía escapista vía Netflix.

Love. La nueva serie de Judd Apatow (creada por él junto con Paul Rust, el actor que hace de protagonista, y la esposa de Rust, Lesley Arfin) recrea lo difícil que es construir una relación en pareja y pone la lupa sobre nuestra peor cara en esa accidentada fase previa al compromiso: la obsesión que sentimos por aquel que nos rechaza, la ilusión de encontrar a alguien que comparta nuestro humor, la angustia frente a ese mensaje por whatsapp leído pero no contestado, el miedo a que invadan nuestro espacio y el mismo miedo a que nos dejen. La pareja en cuestión tiene además sus propias peculiaridades. En una esquina: un nerd narizón profesor particular de niños actores en un estudio de Hollywood. En la otra: Una narcisista con buena pinta y problemas de adicción. El telón de fondo es Los Ángeles y se siente ese cóctel de palmeras, casacas de cuero, drogas de diseño y gasolineras. La realidad de los diálogos y las situaciones es algo que se agradece. Así como su breve formato. 10 episodios que duran entre 25 y 45 minutos. De alguna manera me hace pensar en las mejores temporadas de Girls pero sin disfuerzos ni exceso de ingenio y neurosis.

Better Call Saul. La mejor serie de la TV actual ha sido creada por el mismo que ideó la mejor serie de la TV de todos los tiempos. El spin-off de Breaking Bad narra la vida de “Jimmy” McGill (Bob Odenkirk en el papel de su vida), antes de convertirse en Saul Goodman, el abogado de ese peligroso narcotraficante que todos conocimos como Heisenberg. Pero el verdadero capo aquí es Vince Gilligan. Como en Breaking Bad, Gilligan toma a un personaje y lo enfrenta a situaciones límites que terminan desenmascarándolo. Pero si en Breaking Bad fuimos testigos del proceso de corrupción y envilecimiento de su protagonista, en Better Call Saul el viaje es a la inversa. Jimmy tiene buen corazón y realmente se esfuerza por hacer bien las cosas. Solo sucede que el mundo de la legalidad y las buenas intenciones le resultan sumamente aburridos. Nadie maneja esa narrativa orquestal con tanta solvencia como Gilligan: cada detalle enriquece la historia y la profundiza y genera mil y un interpretaciones. El lenguaje audiovisual, como en Breaking Bad, es arriesgado, chirriante, sorprendente. Tiene encuadres que te sacan sonrisas. Lo mismo pasa con la música, ese tema introductorio con ese corte tan anticlimático es solo una muestra. Todo inspira, todo divierte, pero no de manera superficial: es la emoción que produce el mejor arte.

House of Cards. Bueno, la política de nuevo, pero en su versión más desopilante. Frank Underwood es capaz de los peores crímenes pero cuando menos lo esperes ya te habrás convertido en su cómplice. Si creías que el poder descomponía a las personas, House of Cards te dará más que la razón. Su cuarta temporada está desatada y te mantendrá al borde del sofá mientras dibujas analogías mentales entre Frank y Alan o piensas de lo que serían capaces los Humala si llegaran a la Casa Blanca.

Pero no volvamos a la realidad. No por ahora.

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