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Los Stones en el infierno [OPINIÓN]

5cey3erfgjce5dzhps4eeoaa2q.jpg publimetro.pe (NELSON ALMEIDA/AFP)

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POR VERÓNICA KLINGENBERGERPeriodista@vklingenberger

Se puede viajar en el tiempo. Los Rolling Stones lo han hecho, y más allá de algunas marcas en la piel, los chicos han llegado casi intactos al Perú de nuestra época. Qué alivio haber podido coincidir y qué necesario paréntesis entre tanta podredumbre política.

El domingo pasado fui testigo de una clase maestra de música y vitalidad. (También de moda: la capa que se puso Jagger en ‘Sympathy for the Devil’, con esas plumas que parecían llamas, sigue ardiendo en algún punto de mi retina). Hay algo de magia negra en esas canciones que sobreviven el paso del tiempo. En un punto del concierto me pregunté cuántas personas alrededor del mundo, en todos estos años, las habrían cantado. Pensé en Otis Redding y su ‘Satisfaction’. Pensé en los viejos bluseros, en el diablo haciendo un pacto con un Jagger blanquísimo de espíritu negro (¿el diablo sería Richards?). Qué le habrá ofrecido a cambio de la energía de mil hombres.

Gracias también a una distancia prudente, por momentos me pareció estar viendo a los Stones de los 80. Y si hubieran tenido el pelo más largo, es posible que mi viaje hubiese llegado hasta una década atrás. El sonido fue impecable aunque la puesta en escena no alcanzó el nivel mostrado en otras ciudades, como La Plata en Argentina y Río en Brasil. Las pantallas eran más pequeñas (pero de una resolución alucinante) y se notó la falta de presupuesto en los fuegos artificiales. Eso sí, nos cobraron como si estuviéramos viendo la versión premium.

Y eso nos lleva a otro viaje, este, lamentablemente, con destino a un pasado salvaje y cavernario, a cargo de la productora Kandavu. El tema se reduce así: el concierto de los Rolling Stones pudo terminar convertido en una tragedia de dimensiones épicas. Se sobrepasó el aforo y el estadio estaba a tope. No había vías de ingreso definidas ni vías de escape seguras y debidamente señaladas. A eso hay que sumarle el nulo control y la falta absoluta de preparación del personal encargado (a muchas personas ni siquiera le escanearon el ticket y la mayoría pasamos sin que nos revisaran: entrar con un arma hubiera sido pan comido). Cuando uno preguntaba a los encargados por donde ir, estos respondían encogiéndose de hombros. El paso se abría a empujones por momentos, sobre un basural: una alfombra de botellas de plástico, latas y otros desperdicios.

La elección del Estadio Monumental fue una irresponsabilidad enorme. Ese estadio es una trampa mortal y no deberían volver a jugar con la vida de miles de personas (niños y adultos de 50 y 60 años) por ahorrarse unos cuantos dólares. ¿Qué estadio está preparado para acoger a 60 mil personas que solo tienen acceso a la cancha a través de las tribunas? ¿Qué hubiera pasado si hubiésemos tenido que salir todos rápido por algún motivo? Solo hay un túnel que sale de cancha y es la rampa de la ambulancia. ¿Se supone que todas las personas que estábamos en cancha hubiéramos tenido que subir civilizadamente por las tribunas?

Desde donde yo estaba, en el Campo 1, veía cómo seguían bajando cientos de personas a una zona pequeña, en la que ya estábamos apiñados y donde el paso de un lugar a otro era casi imposible. A los lados, hubo personas que tuvieron que ver el concierto pegadas a los disales. En el campo 2 se vivió algo peor. Muchos asistentes que compraron su entrada para Norte, no encontraron dónde ubicarse, por lo que tuvieron que descolgarse hasta la cancha. Nadie controlaba ese paso. A eso súmenle desmayados que no recibían ningún tipo de auxilio (a uno finalmente le ofrecieron un algodón con alcohol) luego de varios minutos de espera. A otro, un señor de unos 50 años, nunca lo ayudaron. Los enfermeros ni siquiera sabían qué era un ataque de pánico. Trataban de lidiar con el problema ofreciendo Coca Cola y perfume (los que estaban al centro del campo, junto a la carpa de sonido, no tenían ni alcohol).

A productoras como estas deberían multarlas y exigirles requisitos mínimos de seguridad y atención al público. Sobre todo cuando la mayoría de entradas supera los 1.000 soles. Gracias al demonio, nada grave pasó esa noche.

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