La remembranza estuvo a cargo de cuatro añejos ingleses, tan añejos como la historia de su país, pero a la vez tan grandiosos y brillantes como su propio nombre: Rolling Stones .
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La historia es una ciencia social encargada de estudiar el pasado de la humanidad. Si consideramos este concepto de una manera literal, definitivamente la noche del 6 de marzo es, indefectiblemente, parte del pasado de la sociedad peruana que pudo evocar lo que fue la era del rock.
Los Rolling Stones llegaron a Lima por primera vez y demostraron que si bien el tiempo puede curtir las pieles más duras y puede ralentizar hasta los más ágiles movimientos, lo que no puede hacer es opacar ni marchitar el verdadero espíritu del rock and roll.
Sus Satánicas Majestades dejaron muy en claro el porqué de sus apelativos. El Perú era una especie de deuda que los británicos tenían pendiente, puesto que Mick Jagger ha pisado varias veces suelo nacional, pero nunca esbozó idea alguna de querer tocar, o al menos no se comentó mucho de esa posibilidad.
La banda ha tenido que cumplir 50 años para hacer realidad el sueño de los 70,000 fanáticos peruanos que repletaron el Monumental de Ate. Y el propio Mick lo reconoció en un momento de su apoteósico concierto.
La conexión fue inmediata, total. Los primeros acordes de Start me up ya tenían al público encendido. La sola presencia de Richards, Woods, Watts y Jagger fue suficiente para creer en que la velada se convertiría en quizás el mejor concierto que se haya realizado en la capital peruana.
‘Hola Lima, hola Perú, hola ‘causitas», fue el primer saludo de Jagger. El vocalista se preparó conveniente para calar en el corazón (ya lo había hecho) y en el humor de sus seguidores, conformados por diversas generaciones, como una clara muestra de que el rock se hereda.
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Jagger parece incólume ante el paso del tiempo. Su magra anatomía se mueve al compás de la guitarra de sus ‘compadres’ Keith Richards y Ronnie Wood. No se cansa de correr, bailar, saltar y retorcerse a sus anchas.
Así, se escucharon las notas melódicas de It’s only rock’n roll (but I like it), Tumbling Dice, Angie y Like a Rolling Stone (canción que ganó un concurso para formar parte del setlist). Luego llegó el turno de Richards, quien sacó a relucir su alma ‘blusera’ con You got the silver y luego retomar su onda rockera con Can’t be seen.
Con un público encandilado y entregado, Jagger reaparece bajo luces rojas y pentagramas en las pantallas. Ataviado con una especie de sobretodo rojo hecho de peluche, entona la inmortal Simphathy for the Devil. Los Rolling Stones supieron matizar sus éxitos iniciales, ochenteros y de los últimos años.
La larguísima pasarela que se extendía desde el escenario principal se convirtió en una especie de puente que acercó a Jagger a la gente y que le permitió expresarse y contagiar su dinamismo a los asistentes.
Luego del ‘encore’ respectivo, el grupo retornó para entonar You can’t always get what you want, para luego cerrar la noche con la conocidísima (I can’t get no) Satisfaction. Sí, es cierto, esta canción la escuchamos hasta el hartazgo, pero ahora es diferente. Los propios Stones la interpretan en nuestro suelo, en nuestras caras y por eso, resulta ser el broche de oro perfecto para la fiesta.
Fueron dos horas exactas del rock más genuino que se haya podido escuchar. Pasaron 50 años, mucho tiempo, pero si la recompensa es formar parte de la historia, pues que vengan otros 50 años más. Larga vida al rock and roll, larga vida a los Rolling Stones , aún más allá de este mundo.