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(Opinión) El tren de Patti

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Por Verónica Klingenberger

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El 6 de octubre, Patti Smith lanzó M Train, la segunda entrega de sus memorias que empezaron con la publicación de Just Kids, libro elogiadísimo que ganó el National Book Award, en el que relata su amistad con el fotógrafo Robert Mapplethorpe y esos primeros años en el Greenwich Village de mediados de los sesenta. M Train es otro viaje. Esta vez, la artista se detiene en 18 estaciones que han sido puntos críticos en su vida y visita a poetas y escritores que la influenciaron durante toda su vida. Sí, aunque estos hayan enterrado el pico hace mucho tiempo.

Cincuenta años atrás, Patti Smith acababa de instalarse en Nueva York, donde conoció a Mapplethorpe, se mudó con él y le prometió algo a cambio de lo mismo: cuidarlo hasta encontrar su propia voz. Él era un artista visual (luego reconocido fotógrafo, autor de la poderosa portada del Horses); ella escribía poesía. Y básicamente continuó haciéndolo toda su vida. La primera línea del Horses era parte de un poema que escribió en 1970. Redondo Beach es uno de los primeros textos que escribió. La música fue solo el formato que eligió para acompañar sus historias y darle su merecido a la mayoría de poetas de ese entonces. Para ella, que se había consumido leyendo a Rimbaud y Baudelaire, la escena poética de mediados de los sesenta estaba muerta. ‘No me hacía sentir expansiva o hermosa o intoxicada o elevada en lo más mínimo’. Muchos creyeron que pisoteaba un terreno santificado y que solo la motivaba la rebeldía de esos años. Pero hubo alguien que no lo vio así. ‘¿Qué te importa que el 80% de poetas en América esté en tu contra cuando tienes a William Burroughs de tu lado?’. La bravura fue su firma desde el comienzo, desde esa noche que subió al escenario antes de un concierto de The New York Dolls y se puso a leer sus poemas sin siquiera un micrófono que la acompañara frente a un público misógino que le espetaba: ‘¡Consigue un trabajo! ¡Regresa a la cocina!’.

M Train también empieza en el Village, en el Café ‘Ino, lugar elegido por la artista para garabatear palabras en una libreta. Es el mismo café que se ve en la foto de la tapa. A partir de ahí, el libro se mueve entre la realidad y los sueños, de la Casa Azul de Frida Kahlo en México hasta las tumbas de Sylvia Plath, Arthur Rimbaud y Yukio Mishima. Y también se detiene en las memorias de su pérdida más significativa, la del fallecido guitarrista Fred ‘Sonic’ Smith, quien fuera su único esposo y el padre de sus hijos. En los ochenta, Patti y Fred desaparecieron de la escena rockera neoyorquina. Antes de que su hijo Jackson (el que se casó con Meg White) tuviera que ir al colegio, la pareja pasó mucho tiempo viajando por EE.UU. Dormían en pequeños moteles frente al mar, de esos que tienen kitchenette y que puedes alquilar por un mes. Tenía una máquina de escribir y un par de libros. Era una vida simple, nómada, ligera. Durante ese periodo, lo que más extrañó fueron las librerías neoyorquinas.

El tren no tiene intenciones de parar por ahora. En el festival de la revista New Yorker, la artista reveló que estaba trabajando en cuatro nuevos proyectos literarios: una tercera autobiografía, un libro de poemas, una novela de detectives y una novelita juvenil. ‘Siempre estoy trabajando’, le dijo a Vulture. ‘Tengo un montón de material que no ha sido publicado. Cuando muera seré como Dorothy Parker. La gente dirá, ‘demonios, es totalmente indescifrable». O todo lo contrario. Son pocos los artistas y escritores con los que uno siente una sintonía tan poderosa como la que genera Patti Smith. Su sensibilidad y su mirada del mundo y el arte son siempre una lección refrescante, cercana y humilde.

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