Los especialistas recalcan la necesidad de atribuir mayores medios al estudio de los procesos de alteración de las obras de arte, para conservarlas mejor.
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“Nuestra herencia cultural está enferma”, declaró a la AFP Robert van Langh, director de conservación y restauración del Rijksmuseum de Amsterdam, que participó en una conferencia internacional sobre “radiaciones de sincrotones en el arte y la arqueología”, realizada en el museo del Louvre del miércoles al viernes.
“Los países tendrían que multiplicar por diez los montos destinados” a la preservación de las obras de arte, estimó Van Langh, explicando que esos “iconos de nuestra cultura, de valor inestimable, se degradan, y si no actuamos rápidamente las generaciones futuras no verán la misma obra que nosotros”.
“Hay numerosos científicos que estarían dispuestos a realizar ese trabajo, pero falta dinero”, afirmó Jennifer Mass, científica a cargo del laboratorio de investigaciones del Winterthur Museum de Delaware (EEUU).
Los sincrotones, aceleradores de partículas que permiten el análisis de la materia a partir de la interacción de un haz luminoso (que va de los infrarrojos a los rayos X) y una muestra del objeto estudiado, se usan cada vez más en la investigación de arte y patrimonio.
’Detener las reacciones químicas’
Los campos de investigación de los sincrotones son muy diversos, y permiten en particular estudiar las alteraciones de las obras.
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Vincent Van Gogh (1853-1890) eligió para sus tonos amarillos pigmentos industriales nuevos en la época que resultaron ser muy alterables, señaló Koen Janssens, químico de la universidad de Amberes (Bélgica).
El amarillo de cadmio se oxida con el aire, perdiendo color y luminosidad. Posteriormente Van Gogh optó por el amarillo de cromo, utilizado en “Los Girasoles”, pero este pigmento se oscurece bajo los efectos de los rayos ultravioletas.
Varios laboratorios, entre ellos el de Koen Janssens, estudiaron el cuadro “Flores en un jarrón azul” (1889) de Van Gogh, del que algunas partes tienen una capa oscura y agrietada.
Un análisis con haces de rayos X e infrarrojos permitió descubrir que, en este caso, el responsable no era el amarillo de cadmio, sino un barniz (aplicado después de la muerte del pintor) que se deterioró formando esa capa.
Imágenes en computadora permiten ver el cuadro tal cual debía ser cuando Van Gogh lo pintó, con sus colores brillantes.
Edvard Munch (1863-1944) utilizó también amarillo de cadmio para la versión de “El Grito” pintada en 1910, que pertenece al Munch Museum de Oslo. Las pinceladas amarillas de este cuadro han adquirido un matiz marfileño bajo el efecto de una fotodegradación.
Los impresionistas del siglo XIX y los pintores modernos de comienzos del XX (Matisse, Picasso) también utilizaron pigmentos industriales, como el amarillo de cadmio para los verdes sintéticos.
Éstos mostraron una inestabilidad muy rápida. Las obras de esa época son por ello más frágiles que las de los maestros antiguos, señaló Mass.
Pero también los cuadros antiguos plantean problemas. El azul esmalte, utilizado por Rembrandt, tiende a tornarse gris pardo.
Los científicos “trabajamos para construir un modelo que permita mostrar lo que será el aspecto de ciertos cuadros dentro de unos cincuenta años”, indicó Janssens.
El objetivo de los análisis científicos es “comprender los mecanismos de degradación, a fin que las obras sean expuestas con una luz y una atmósfera adaptadas, para detener las reacciones químicas que sufren los pigmentos”, añadió Maas.