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(Opinión) Lecciones de Brasil 2014

tsk2cxthmnbzpgaonqqiso3r2m.jpg publimetro.pe (VANDERLEI ALMEIDA/AFP)

Por: Verónica Klingenberger

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Todo es postergable, nada es importante. Durante todo un mes logramos convencernos de algo verdaderamente reconfortante: todas esas reuniones de trabajo pueden esperar. No hay pendiente cuya urgencia amerite perdernos un partido, aun cuando uno de los Mundiales más bonitos de todos los tiempos haya tenido algunos verdaderamente aburridos.

Aun cuando nunca clasifiquemos, el peruano siempre se las ingenia para sufrir. Como buenos tránsfugas, los peruanos nos convertimos en colombianos, costarricenses, brasileños, argentinos y básicamente cualquier equipo de la siempre hermana América Latina. También nos volvemos alemanes, holandeses, italianos, croatas, en honor al abuelo, bisabuelo, tatarabuelo, o incluso al colegio en el que estudiamos. Solo en el mejor de los casos vamos por el equipo que mejor juega. El fútbol es así. Y durante esos 90 minutos, con alargue o penales, nos sentimos orgullosos de la Mannschaft, la Naranja Mecánica o la Esquadra Azurra. Hasta que termina el partido y los chicos de Combate, siempre bien aceitados, nos recuerdan quiénes somos, de dónde venimos y adónde nunca iremos.

Dios sabe por qué. La ‘verdeamarelha’ de hoy es evangelista por excelencia. Cada encuentro está definido anticipadamente, y no precisamente por la FIFA. Y gane quien gane, siempre hay que terminar arrodillados, mirando al cielo, en un diálogo privado con la máxima deidad. No se enteraron de que Dios está feliz de la vida comiendo salchichas en un bar berlinés.

Cada quien con su propio partido. Es un hecho, la realidad es un invento. Algunos ven gestas heroicas donde otros ven un muermo. Que si fue penal o no. Que si la FIFA manipula todo. Que si el árbitro es un vendido. Que si James, Müller, Robben o Messi. Que si morder es peor que patear. Que si Colombia era mejor que Brasil y Brasil peor que Costa Rica. Que si Argentina es igual de malo solo que a Messi nadie le partió la espalda. Hasta que llega Alemania y le propina siete disparos a quemarropa a la selección más respetada de todos los tiempos y ahí sí estamos todos de acuerdo en que acabamos de ver algo parecido a un accidente.

Los latinoamericanos no sabemos perder. Pasó con Colombia, pasó con México, pasó con casi todos. Y la verdad que los únicos que tenían derecho a tanto dolor son los brasileños. Llantos, portadas histéricas, tiradas de dedo, teorías de la conspiración, revanchismo. Los colombianos celebrando el hundimiento de Brasil, los mexicanos brindando en honor a la caída del equipo holandés y su máxima figura, Robben. Por dar solo dos ejemplos.

El mejor equipo no siempre gana. Por eso, aunque Alemania merezca esta Copa más que ningún otro, todo puede pasar este domingo. Lo que sí, se viene un clásico de los Mundiales. Como el de México 86, como el de Italia 90. Ojalá veamos muchos goles, pocos golpes y cero llantos. Porque ya estuvo bueno. La verdad es que para llorar, nosotros.

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