“Cuando me desvisto delante de desconocidos, tengo más confianza en mí misma que nunca”, confía Amanda, de 28 años, antes de subir al escenario de Black Cat, una sala de conciertos de Washington que en ocasiones celebra espectáculos de burlesque.
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“Mi familia lo desaprueba absolutamente”, suspira la joven que, cuando está bajo la luz de los focos, olvida todos sus complejos de exbulímica. “Mis padres son fervientes republicanos (conservadores), son muy obtusos”.
Pero esta noche Amanda está muy lejos de su ciudad natal en el sur de Estados Unidos. Es “Ellie Quinn”. Sube al escenario enfundada en un vestido que resalta sus curvas voluptuosas y lleva una peluca rubia de muñeca, de la que junto al traje poco a poco se va deshaciendo.
Pero no llega a estar totalmente desnuda. El burlesque se diferencia del strip-tease convencional en que las artistas cubren sus pezones con un casto botón adornado con un pompón.
Y, “a diferencia de las artistas de burlesque, las de strip-tease ganan suficiente dinero para pagar la renta”, sonríe Danielle, alias “Gigi Halliday”, una compañera de Amanda que, como otras artistas de burlesque, no puede vivir de su arte.
Se acerca entonces Amy, alias “Reverend Valentine”, disfrazada de lascivo conejo de Pascua. Da dos pasos de baile, se deshace del traje y termina actuando (casi) desnuda.
– “¡Es arte!” –
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En un espectáculo de burlesque, el aspecto cabaretero es lo más importante. Aquí el desnudo no es el objetivo. Y, en “Estados Unidos, la desnudez incomoda a la gente, pero la intriga. Lo quieren ver, pero no saben cómo reaccionar. Y eso nos da un poco de poder”, asegura Asha, alias “Cherokee Rose”.
En sus inicios, el burlesque era “una especie de parodia, de ‘vaudeville’”, explicó Melina Afzal, productora de espectáculos de burlesque en Washington. “Nosotras contamos historias, es una especie de strip-tease teatralizado”, en el que el humor y la provocación jamás están ausentes.
El burlesque tuvo su época de gloria a principios del siglo XX, sobrevivió a la era de la Prohibición (1919-1933) y murió hacia los años 60. Pero tuvo un fugaz renacimiento hace una decena de años, gracias a películas como “Moulin Rouge” (2001) y “Burlesque” (2010), con Cher y Christina Aguilera.
Hoy en día, en Washington hay al menos media docena de salas que ofrecen espectáculos de burlesque. “Llegamos a un punto de saturación, al menos en la costa Este. Hay demasiados espectáculos, demasiado productores”, lamenta Melina.
A su juicio, el burlesque debe su popularidad al hecho de que es “seguro y sexy”, es decir que “se puede ir sin ser juzgados”.
Clark, un hombre de 40 años que acudió con su compañera Sheryl, jura y perjura que no fue solamente para ver chicas desnudas. “Soy canadiense”, dijo. “Yo sé que los estadounidenses nunca se desnudan del todo”.
“¡Claro, es porque es un arte!”, se mofa Sheryl, a las carcajadas.