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(Opinión) La belleza de lo mundano

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Por: Verónica Klingenberger

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Como ocurre muchas veces -aunque casi nunca nos demos cuenta-, el truco se revela al inicio del acto. Esta vez se expone así: un turista japonés intenta capturar la belleza de Roma con una cámara fotográfica. De espaldas a nosotros, suspira ante un fondo dorado, se lleva la mano izquierda a la frente y sufre un paro cardiaco. La celebración de la vida empieza con una muerte. La siguiente escena inicia con el primer plano de un alarido. Es el grito de la vida, y el pase a una de las mejores fiestas cinematográficas a las que haya tenido acceso. Raffaella Carrá, mariachis, strippers, decenas de adultos eufóricos y una coreografía inolvidable, italianísima, al ritmo de ‘mueve la colita, mamita rica’. Es una fiesta exagerada, casi una caricatura, una manera muy plástica de reivindicar la vida frente a lo que acabamos de ver, sobre todo si tomas en cuenta que todos los asistentes tienen entre 40 y 70 años. Es la fiesta a la que algunos quisiéramos ir cuando nos asalta esa angustia chiquita al atardecer. Finalmente, una mujer bien despachada brota de un pastel. Con el número 65 escrito sobre las tetas, esta diva en decadencia es elevada en hombros para gritar con estilo inigualable: ‘¡Auguri Jep! ¡Auguri Roma!’ Y es justo ahí cuando lo vemos por primera vez.

Jep Gambardella es el protagonista de La gran belleza, la película dirigida por Paolo Sorrentino que se llevó el premio a mejor filme extranjero en los Oscar y que ha sido comparada, por casi toda la crítica importante, con lo mejor del cine italiano, y sobre todo con Fellini. Jep es también mi nuevo personaje de ficción favorito (sí, me entusiasmo con facilidad), un periodista famoso que hace 40 años publicó su única novela. Desde entonces, su vida ha consistido en escribir reportajes lapidarios sobre performers afectados, responder a la pregunta ‘por qué dejaste de escribir’ y, sobre todo, en ser el verdadero corazón de la noche romana. Así ha sido durante décadas hasta la noche de esa fiesta, la de su cumpleaños número 65, el punto de inflexión sobre el que se escribe la historia de la película.

Con la sombra de la muerte en evidencia, Jep se nos pone contemplativo y extremadamente sentimental, pero aún así no deja que se le escape la lucidez de los humildes. En una reunión de amigos, tras destruir verbalmente a una escritora ideologizada, Jep le dice lo siguiente: ‘Estamos todos bajo el umbral de la desesperación. No tenemos más remedio que mirarnos a la cara, hacernos compañía, tomarnos el pelo’. Cada gesto de Toni Servillo, el actor que lo interpreta, tiene la potencia de una patada en el pecho. Una mueca de dolor suya es suficiente leña para encender nuestras propias nostalgias y esperanzas. Sus tardes y noches (durante las mañanas duerme) transcurren en una empecinada búsqueda de la belleza, un esplendor que se esconde lejos de farsas místicas o artísticas, aun cuando Gambardella sea un tipo culto, refinado y de alguna manera espiritual. Lo bello casi siempre parece asomarse en lo terrenal y él es el ‘rey de los mundanos’.

Hay una escena que me pareció conmovedora -seguro porque este año cumplo 40 y también se me empiezan a remover algunas cosas-. Es de noche y Jep se ha sentido viejo en un club de strip-tease. Ya en la calle se cruza con una hermosa mujer de unos 60 años. Parece ser una antigua amiga (¿amante?). Ambos se detienen en la oscuridad de la noche. Él la mira con amor y sonríe. Ella corresponde, y con un gesto parece disculparse por el paso del tiempo, o aceptarlo frente a los ojos de Jep. El gesto es sutil y efímero como el encuentro, pero me pareció advertir ahí un guiño clave que explicaría el truco detrás de este acto de magia de Sorrentino: ¿la belleza se revela con mayor intensidad a aquellos que están más conscientes del final? Como sea, a Jep sigue entusiasmándole el futuro. Y eso resulta inspirador.

Nota de la autora: La hermosa mujer de 60 años a la que me refiero en el párrafo final no es otra que Fanny Ardant, reconocida actriz francesa que estuvo relacionada con François Truffaut (con quien tuvo una hija además de actuar en muchas de sus películas). Ardant también ha sido dirigida por maestros del cine francés como Alain Resnais, Ettore Scola y Costa-Gavras. Las disculpas del caso con mis amables lectores por tan terrible distracción de mi parte. Dicho eso, quiero aclarar que el sentido y la intención de ese último párrafo se mantienen intactos.

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