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(Opinión) La realidad boba

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Por: Verónica Klingenberger

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Mantenerse alejada de cierto tipo de realidad es una tarea difícil. Requiere no solo de una voluntad inquebrantable, sino también de una gran inversión en tus vicios: la suscripción a Netflix, la compra de nuevos libros (últimamente todos de ficción), la entrada del cine, etc. He pasado dos semanas sumergida en cualquier cosa que no tenga que ver con esas noticias que entusiasman tanto a nuestros tuiteros. Sé que deberían importarme y que además debería formar algún tipo de opinión sobre ellas (o al menos piratearme alguna), pero la verdad es que me cuesta entender algunas cosas últimamente o que prefiero evitar cualquier tipo de enfrentamiento que me desestabilice o que me da una inmensa y soberana flojera.

En el peor de los casos, la realidad cercana me produce angustia. En el mejor, me neurotiza. Así pues, intento mantenerme lo más alejada posible de los caprichos del gabinete, de Nadine, del Tony Soprano peruano, de su hija, y de la pelea de la misma con la hija de César Hildebrandt. Y sobre todo, de la vida sexual de ambas. Pero la verdad es que no es fácil. Mi talón de Aquiles son las malditas redes sociales, y basta que entre un ratito a alguna para que lea algo que no quería leer y eso se convierta en un pensamiento obsesivo que me lleva a perder el tiempo y la paz o ese estado de feliz estupidez en el que intento refugiarme.

El sábado, después de ver Atrapado sin salida, el clásico de Milos Forman (por primera vez, qué vergüenza) me puse a pensar (solo un ratito porque de ahí vi otra película en la que Robert Redford luchaba por sobrevivir en una balsa en medio del océano Índico) en nuevas formas de lobotomía, además de la ficción y de la religión, que es la ficción en su máxima expresión, claro. Si no viste la película, me pareció que esta plantea una especie de analogía de cómo la sociedad intenta controlarnos a todos, moldearnos de la misma forma, y cómo nos arrebata la voluntad y finalmente la libertad. Entonces imaginé mi frente con dos pequeños tajos y la saliva escurriéndose de mi boca para caer sobre el teclado mientras miro, por decir cualquier cosa, listas de gifs animados en Buzzfeed. O pensaba que la enfermera maldita que ordenaba la lobotomía también podría haber sido el gerente general de alguna empresa en la que trabajé, y entonces la baba eran las metas y proyecciones de un negocio que no era el mío.

Finalmente llegaba a otra conclusión (una que me convenía por supuesto, y que resultaba el mejor pretexto para mi ocio inútil): la realidad es otra forma de lobotomía. No me refiero a la ciencia ni a la historia, sino a la realidad en su versión más burda y cotidiana. Hay noticias que nos hacen crecer como individuos, nos llevan a reflexionar sobre cosas importantes, nos hacen cuestionarnos, aprender, etc., pero ya sabemos que no son la mayoría. El ‘último minuto’ al que accedo informa sobre un calzón amarillo que cuelga de una de las ventanas de Palacio de Gobierno. A partir de ello solo puedo preguntarme dos cosas. ¿Tan difícil es llenar una parrilla de contenidos? ¿Tan mal gusto tienen en Palacio? No quiero saber las respuestas porque las intuyo y eso me resulta tan deprimente como ‘la crisis institucional’.

La única noticia que durante estos días me produce una suerte de fascinación y desconcierto es la desaparición del avión de Malaysia Airlines. Y creo que me genera eso porque, a pesar de la extensa cobertura que se le da al tema, todo sigue siendo un misterio y eso dispara la imaginación. En tiempos de una inteligencia control freak que nos permite saberlo todo acerca de todos, un boeing 777 desaparece sin dejar rastro.

Vuelvo a lo mío.

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