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(Opinión) Notas random

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Por: Verónica Klingenberger

Touchdown. La necesidad de ser actores del live blogging hace que algunos se conviertan en experimentados comentaristas de lo que sea. Las redes sociales locales dejaron claro que, cuando se trata de compartir una misma experiencia en tiempo real, no importa la complejidad del suceso. Los peruanos somos capaces de entenderlo todo (o de plagiar cualquier opinión del entendido de turno). En dos patadas tenemos algo que decir sobre la abstracta geometría del fallo de La Haya o explicar -con pizarra si quieres- cómo los Seahawks de Seattle destrozaron a los Broncos de Denver por 43-8 en el Super Bowl. Pero no nos sulfuremos. No solo se trata de una muestra más de nuestra alienación gringa (que por cierto, no sé por qué algunos encuentran tan enervante). Creo que el asunto va más por sentar en el sofá mental a cientos de amigos y conocidos y ver juntos la tele. Quedarse callado es quedarse solo. Y qué miedo le tenemos a eso últimamente. Ya vienen los Óscar y su minuto a minuto.

El tuit acusador. Volvamos al mismo escenario pero ahora para condenar públicamente a uno de nuestros directores favoritos, Woody Allen. No importa que el supuesto abuso sexual de su hija adoptiva ni siquiera haya llegado a los tribunales por falta de pruebas. Tampoco importa la investigación criminal (que tomó seis meses hace 22 años) que concluyó -luego de decenas de entrevistas y exámenes médicos- que Dylan Farrow no había sido víctima de abuso sexual. Al segundo de haberse publicado su carta en el New York Times, muchas mujeres, jóvenes y relativamente influyentes en el mundo intelectual estadounidense (Lena Dunham y María Popova, por ejemplo) mostraron su apoyo incondicional a la supuesta víctima en las redes sociales. Lo mismo ocurrió en círculos más cercanos. Es fácil tomar casos tan mediáticos como este para reforzar una posición política contra el abuso sexual y los derechos de las mujeres en general. Pero es un error acusar a alguien a quien la justicia encuentra, al menos hasta la fecha, inocente. Si la justicia estuviera en nuestras manos, ¿cuántos moriríamos apedreados? Algo parecido le pasó a Michael Jackson. Fue declarado inocente pero vivió como culpable hasta su muerte. Y hasta hoy, muchos lo recuerdan como un despreciable pederasta a pesar de que nunca se probó su culpabilidad. No importa lo que creas. Vivimos en un sistema legal y para acusar a alguien necesitas más pruebas que una carta pública.

La muerte de un buen actor. Philip Seymour Hoffman me parecía un estupendo actor. Vi algunas de sus películas aunque son más las que no vi (¡actuó en 53!). Su muerte, y las condiciones en las que lo encontraron (en shorts, en el baño y con una jeringa aún mordiéndole el brazo), han traído consigo sorpresa, pesar y, sobre todo, muchas preguntas sobre un actor que no solía estar en el spotlight una vez que los rodajes terminaban. De hecho, no había nada de su vida privada que supiera antes de su muerte. No tenía idea de que estuvo casado, que tenía tres hijos, que hace poco se separó de su pareja. Mucho menos que luchaba contra la adicción a las drogas. He leído algunos de los homenajes y todos coinciden en lo mismo: nadie encarnó mejor a los raros del mundo. Y gracias a él, pudimos aceptar mejor nuestras propias rarezas, reconocer que todos somos parecidos cuando se cierra la puerta, cuando salimos del Facebook. Pero que su muerte por sobredosis se convierta en pretexto para asociar la miseria de sus personajes con la suya me parece de muy mal gusto. No tengo idea de lo miserable que debe haberse sentido Hoffman antes de morir. Lo único que sé es que su muerte es el resultado de una brutal adicción a la heroína.

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