Una carpa roja se alza en el estacionamiento de un centro comercial de Chorrillos. Al acercarnos, la magia de las luces, el aroma del algodón dulce y el sonido de los instrumentos musicales nos indican que estamos en La Tarumba:“Publimetro”:http://publimetro.pe/ conversó con su fundador, Fernando Zevallos para hablar de Clásico, su nuevo espectáculo para esta temporada y sobre la experiencia de fundar el primer circo peruano hace casi 30 años.
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¿De qué trata Clásico? Es como un cariñito a los recuerdos de la infancia. Es ese circo que yo veía cuando era niño pero, sobretodo, es esa idea que tiene la gente de que el circo que vio de niño siempre es considerado el mejor. Yo creo que nuestros recuerdos de esa etapa infantil los guardamos como algo más especial.
¿Por qué presentar esta propuesta de un circo antiguo? Son varias razones. Una porque el circo siempre me ha gustado y ese fue el circo que me enganchó a esta profesión. Lo otro es que considero que es importante que la gente se interese por los orígenes de este tipo de espectáculo que se va transformando con las generaciones. Pero sobretodo es porque cuando recuerdo este circo, me recuerdo muy feliz en él.
¿Cuál es la esencia del circo? Creo que el circo está metido en el ser humano, en su esencia. El circo representa esa lucha del hombre tratando de vencerse a sí mismo, de volar, de superar sus miedos y, además, representa la pureza y la inocencia. En ese sentido, creo que tiene larga vida porque tendrá la vida que nosotros podemos tener.
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¿Cuál es la situación actual del circo? Creo que hay un renacer. En los años 60 y 70, Perú tenía buen nivel de artistas y era una plaza que convocaba buenos circos. Luego entró en decadencia pero creo que la afición y tradición cirsence, tan metida en el peruano, ha permitido que nuevamente el circo vea un futuro mejor.
¿Cuál es el cambio más grande en este arte? Ahora ya no surgen los artistas de familias sino que hay lugares donde aprender. La sociedad lo ha tomado de una manera más clara y se hace circo, malabares, trapecio y esas cosas así como los niños juegan futbol.
En dos años, La Tarumba cumplirá 30 años, ¿cómo ha sido la experiencia de empezar de la nada y llegar hasta donde están ahora? Es bueno poder mirar hacia atrás y ver que no nos equivocamos cuando elegimos este camino. En una época como los 80 con tanta violencia, era loco que un grupo de jóvenes defendiera la alegría y belleza que era el derecho a la vida. En ese sentido fuimos más contestatarios que los que empuñaron las armas.
¿Cuál fue su motivación? Nuestra preocupación por los niños. Ellos estaban en el medio de una guerra terrible que no entendían y que no tenían razón de estar ahí. Empezamos a trabajar con ellos y descubrimos no solo su alegría sino el optimismo de sus padres quienes, en medio de su pobreza y del hambre, la fe de poder salir de esa situación era su fuerza para seguir.
¿De esas ganas de aprender circo nace el proyecto de la Escuela Profesional de Circo? Asumí la respondabilidad de sentar las bases para que la gente que viniera después que yo no tenga que pasar por lo que pasé cuando quise dedicarme al circo. Por eso la Escuela Profesional es uno de los proyectos que más queremos. Los talleres con los niños son importantísimos porque todos tienen derecho a ser felices.
Además de la formación cirsense, ¿qué valores comparten en la escuela con sus estudiantes? Para mí, el circo nos está demostrando lo que es una democracia equilibrada, donde todos tienen espacio y donde hay un equilibrio. Los chiquitos que hacen el salto mortal necesitan de los grandes que los lancen. Creo que la gran lección que nos da el circo es el de mirarnos de frente y no solo mirarnos por fuera. Es como un gran equipo, un proyecto común donde el equipo soporta el éxito de una persona porque eso es el éxito de todos. ¡Qué mejor lección que esa! La de hacer equipo desde las entrañas, de desnudar nuestros miedos cuando estamos en una cuerda o en un trapecio y confiar en el otro.
¿Qué es lo más enriquece-dor de formar jóvenes en el arte del circo? Es como ‘chochear’, antes como un padre y ahora como un abuelo porque los más jóvenes son como mis nietos. Cuando los veo, después de tres años de escuela, que suben a una cuerda con solvencia, seguridad y con una inmensa alegría de poder realizar el sueño de poder hacer circo, pues creo que hice algo importante para que ellos puedan alcanzar eso. He apoyado en algo y eso es una satisfacción enorme.
Algo que resalta de los espectáculos de La Tarumba es que son netamente peruanos y que no están mirando hacia afuera… Te cuendo una anécdota. Cuando hicimos nuestro proyecto llamado El circo invisible, convocamos a jóvenes de la periferia de Lima. Yo recuerdo que esa vez, cuando empezamos a conversar con ellos sobre como montar el espectáculo y qué ibamos a hacer, ellos querían reguetonear, colocar murales urbanos y esas cosas. Me acuerdo que le di muchas vueltas al tema para convencerlos de que vean sus orígenes, porque la mayoría eran chicos de familias de provincia. Como era una adaptación de la obra Confusión en la prefectura de Julio Ramón Ribeyro que se transcurría en Huanta, les comencé a hablar de Ayacucho y llevé videos de danza hasta que uno se atrevió y dijo: ‘Ese baile no es así’ y se puso a bailar. Ahí me di cuenta que ellos tenían que sentirse seguros para exponerse y mostrar sus raíces.
Entonces, ¿podrías decir que el circo ayuda a los jóvenes a revalorizar su identidad? Creo que el valor de La Tarumba no está en que sea un circo bonito o que tenga una carpa grande sino que tiene la identidad de un circo peruano. Siempre he tratado que los jóvenes no se averguencen de una serie de expresiones artísticas y culturales sino que se sientan orgullosos de que son parte de un único pueblo en el mundo que tiene esta amalgama tan rica de expresiones. Por ejemplo, creo que el aporte de los Ballumbrosio con la cultura afroperuana es fundamental en nuestra propuesta y que los espectáculos de La Tarumba no serían iguales sin ellos, pero eso conlleva a una gran responsabilidad pues nos heredan su tradición.