Cuando el balón de fútbol choca contra la red no es gol, sino un mal remate como en el voleibol. Híbrido de ambos deportes, el ecuavóley es tan popular en Ecuador como el balompié y sello distintivo de quienes emigraron a España y Estados Unidos.
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A sus 55 años, Washington Carrera es muy conocido en Yaruquí, un pueblo de 20.000 habitantes a 32 km de Quito. Nadie repara en sus canas, en los kilos de más o en sus vaqueros desgastados. Sobre la cancha de tierra, de 9×18 metros, este hombre es la estrella del juego.
Carrera se eleva sobre su 1,70 metros de estatura y saca un manotazo seco que clava la pelota en el área contraria. Anota un punto para su equipo. “La próxima ya son hombres muertos”, sentencia. El público asiente entre risas.
Chofer de oficio, Carrera lleva cuatro décadas jugando ecuavóley, una creación ecuatoriana de más de 90 años, sin paternidad reconocida, que creció a la sombra del fútbol en zonas populares de todo el país.
Hoy, por cada cancha de fútbol es posible encontrar una o dos de ecuavóley, aún cuando su práctica no sea reconocida como una disciplina oficial, y apenas se le dé tratamiento de actividad recreativa, según Jorge Cartagena, presidente de la Asociación de Ligas Barriales de la provincia de Pichincha, cuya capital es Quito.
El ecuavóley tomó prestado del fútbol el balón, y del voleibol las reglas y la red. Pero a diferencia del voley, cada equipo no está conformado por seis sino por tres jugadores. El triunfo se lo lleva el trío que se adjudique dos de tres sets de 15 puntos cada uno. No hay entretiempo. Un juego puede extenderse por horas.
En Yaruquí es el rey de los deportes. De lunes a viernes, al caer la tarde, los jugadores, siempre hombres, se encuentran en las múltiples canchas que hay en el poblado.
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“Pueden atrasarse al trabajo, pero aquí están desde las cuatro de la tarde”, dice a la AFP Luis Sisalema, quien dejó de competir por una lesión y hoy administra un campo del llamado voleibol criollo.
Las apuestas hierven antes de cada encuentro. El juez del partido pasa por entre el público recaudando el dinero. El vencedor se llevará esta vez 120 dólares, pero Cartagena conoce a jugadores que han apostado hasta sus autos.
“Los valores pueden ir de 20 dólares a unos 3.000 o 5.000 dólares (…) Hay gente que vive de eso, de las apuestas”, cuenta el dirigente a la AFP.
Hacia finales de los años 1990, unos dos millones de ecuatorianos se vieron forzados a dejar su país por una severa crisis económica. En Italia, España o Estados Unidos muchos de estos emigrantes encontraron en el ecuavóley una conexión tan fuerte con su tierra como la comida o la música.