Ángel Di María era un total desconocido que jugaba en el equipo local Torito, cuando el club de primera división Rosario Central decidió comprarle.
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Tenía tan solo siete años, y la transferencia costó mucho menos que los 89 millones de dólares que pagaría en 2014 el Manchester United.
‘No cobramos lo mismo que el Barcelona pero el cambio fue interesante. Son 20 pelotas de futbol que nos dio Central. En este momento era una buena venta”, cuenta Miguel, vigilante del campo del Club El Torito.
Angelito, como se le conoce cariñosamente, nació en una familia de clase trabajadora en Rosario, la tercera ciudad de Argentina.
La biografía del futbolista de 27 años destaca una infancia humilde pero feliz, marcada por el comercio familiar de venta de carbón y los trayectos de más de diez kilómetros en bicicleta que su mamá hacía para llevarlo a entrenar a Central.
Marcelo Trivisonno fue su entrenador cuando tenía 16 años.
Recuerda un niño tranquilo que mostraría su valor rápidamente en el terreno de juego.
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‘Lo que para un chico común, tienes que pasar por sesta, quinta, cuarta, reserva, y primera, en un año, o en 10 meses, lo hizo todo’, señala Trivisono.
El extremo se unió al equipo nacional argentino en 2008, con 20 años.
Su actuación el Mundial de 2014 fue elogiada, pero se perdió la final por una lesión.
Una ausencia a la que sus hinchas más acérrimos responsabilizan de la derrota de Argentina ante Alemania.
Entre ellos, está su cuidadora de la escuela primaria.
‘Yo veo que juega muy bien. Flaco pone todo. Tiene una garra… Yo digo que si en el mundial había jugado la final, éramos campeones. Para falto mi Di Maria’, señala Liliana Lavelli, cuidadora de Di Maria de la escuela primaria.
A pesar de estar fuera de la final, Di María se aseguró de que 20 de sus amigos de la infancia tuvieran entradas para el partido.
Una de las razones de su enorme popularidad en su ciudad natal, donde todo el mundo espera que algún día regrese para jugar en el Rosario Central, una vez más.