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Argentina, decime que se siente

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Por Kike La Hoz Periodista peruano, desde Buenos Aires. Escribe en el blog Jogo 14

Se asuma o no, Argentina es más que Maradona, el tano Pasman y Fernando Niembro. La Argentina es Sabrina Prieto, una tucumana de 26 años, que, al ver el gol del Maxi Rodríguez en la tanda de penales ante Holanda, lo único que quiere es llamar a su viejo y decirle lo que nunca jamás pudo: que son finalistas de una Copa del Mundo. Mientras recorre el Obelisco, entona con euforia, como todos, ese canto que se ha convertido en el soundtrack de una nueva leyenda: “Brasil, decime que se siente…”.

Pero Sabrina no necesita bailar sobre el cadáver de Brasil. Fui Sufrió con cada gol de una Alemania programada para aplastar a sus rivales. Quizá haya sido el miedo instintivo a lo que pueda pasar este domingo, porque, como todos, celebró al margen del resultado de la final. De la boca para afuera nadie duda del triunfo, pero, en esa irremediable conversación interior, Alemania es siempre la peor de las pesadillas. Por eso, quizá, necesiten repetir tanto, con tono firme, que ganar es posible. Ahora más que nunca se entiende el ‘Vamos todavía’.

Desde la lejanía geográfica y cultural, Argentina es un país de gentes, todas con la misma dosis de arrogancia, incapaces de reconocer que muchas otras selecciones merecían estar en lugar de la suya en la final. Que nunca podrán entender que si el fútbol no se definiera por penales, sería muy difícil que hubieran eliminado a Holanda. Porque se han asumido potencia mundial con dos títulos nacidos de hechos cuestionables: uno ganado bajo el pacto de una dictadura militar y otro con la ayuda de una mano nada divina. Y que, ahora, bajo los efectos de una fiebre desatada por una expresión aún tibia de fútbol, han elevado a la enésima potencia ese carácter despreciable de percibirse mejores que el resto. Porque siempre, de alguna manera, el destino los unge como los privilegiados: desde darles un papa argentino hasta el mejor futbolista del planeta.

Pero Argentina es también Rafael Otegui, un sociólogo que se crió en la patagónica Neuquén. Un argentino que, aunque reconoce ciertos rasgos del estereotipo porteño y tiene un profundo respeto por la razón, se dejar dominar por los sentimientos. Pero ha sabido elaborar un discurso coherente sobre lo que es Argentina en este Mundial: un equipo que supo minimizar sus debilidades, potenciar el colectivo y apostar a Messi y otras individualidades. No oculta su histórico temor a Alemania, pero, como Sabrina, algo dentro de él lo invita a creer que las gestas se construyen venciendo miedos.

Muchos, sin embargo, nunca se convencerán de que Argentina merece lo ganado. Porque eso significaría suscribir una supuesta superioridad de ese país que rara vez aplaude un logro ajeno. Porque la Argentina, desde esa visión recortada del mundo, ofende con sus sueños de grandeza a los que aún tiemblan cuando se miran al espejo y ven lo que no quieren ver. Por suerte, Argentina es también Santiago Torres, un bonaerense que no se avergüenza de su carácter porteño y que ha dejado todo para ver la vuelta olímpica en el Maracaná. Un argentino que incluso se enfrentó al escepticismo de millones de argentinos, que confió en Messi desde que lo vio en 2005, y que ayer, antes de marcharse a Río de Janeiro, me escribió por el Whatsapp sin la menor señal de arrogancia: “Kike, te lo dije, seremos campeones”. Y es por Sabri, Rafa y Santi que uno empieza a entender qué es lo que se siente.

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