Arena blanca, sol radiante, olas imponentes… La playa de Toyoma ofrece un marco ideal para los surfistas que ya de buena mañana acuden para practicar este deporte, si no fuese que se encuentra a 50 kilómetros de la accidentada central nuclear de Fukushima.
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“Seguro que podemos parecer un poco locos, pero para nosotros lo importante son las olas”, dice sonriente Yuichiro Kobayashi, mientras observa a una treintena de surfistas entrenándose pese a las noticias inquietantes que llegan desde la central.
El pasado miércoles, la compañía que gestiona la planta nuclear arrasada tras el tsunami del 11 de marzo de 2011, la Tokyo Electric Power (Tepco), admitió una fuga de agua altamente radiactiva que podría haber acabado en el Pacífico.
Aún más alarmante, pocas semanas antes ya reconoció que unas 300 toneladas de agua subterránea se vierten al mar cada día.
Surfista desde hace 30 años y militante de una asociación protectora del litoral, Kobayashi lleva regularmente muestras de arena y agua de la zona a la Escuela Técnica Superior de Fukushima para analizarlas.
El agua es segura, al menos con los estándares japoneses.
Según los últimos resultados publicados, antes dela última fuga, un litro de agua de mar contenía 2,96 becquereles (Bq) de cesio 137 y 3,27 de cesio 134, es decir, una tasa acumulada de 6,22 Bq por litro.
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Las autoridades japonesas consideran que el agua es apta para el baño cuando la radiactividad es inferior a los 10 Bq de cesio por litro.
“Me preocupa, pero no al punto de no surfear”, explica Naoto Sakai, de 31 años, que acude al lugar al menos tres veces por semana para cabalgar sobre las olas.
“Si tuviese que preocuparme por todo lo que como, por dónde vivo, me estresaría demasiado… Solo trato de no pensar demasiado”, añade.
Las autoridades prohibieron el surf en la playa de Toyoma durante el año siguiente a la catástrofe de Fukushima y se reabrió en marzo de 2012, cuando se consideró que lo peor de la contaminación había pasado.
El litoral, no obstante, guarda aún signos de la ola gigante y devastadora, provocada por un sismo de magnitud 9, como los restos de viviendas destruidas, invadidos ahora por hierbas y matorrales.
Un cartel llama a los bañistas que no retocen en el agua por respeto a los fallecidos.
Desde la reapertura de Toyoma, los surfistas regresan poco a poco a un lugar que llegó a acoger competiciones internacionales, pero que ahora solo es visitado por los habitantes de la zona.
La media de edad de los usuarios también ha aumentado, ya que los estudiantes, antes numerosos, ahora ya no acuden a esta playa.
Toshihisa Mishina, 42 años, volvió a surfear el pasado año, más o menos tranquilizado por los niveles de contaminación publicados por la prensa, pero impide que su hijo, de 12 años, vaya con él.
“Me preocupo por los más jóvenes, porque si se exponen (a la radiación) puede afectarles a la edad adulta”, explica antes de tirarse al agua.
Dos años y medio después del peor accidente nuclear, tras el de Chernobyl (Ucrania) en 1986, las consecuencias son dramáticas para los comerciantes de la zona.
Propietario de una tienda de tablas y de combinaciones de surf en Iwaki, donde se encuentra la playa de Toyoma, Etsuo Suzuki estima que la facturación de su negocio ha caído a la mitad.
Kobayashi, que también regenta una tienda de material de surf, espera con impaciencia los resultados de las muestras analizadas tras la última fuga, pero hará falta un cataclismo para que este cincuentón abandone su pasión.
“La olas hoy no estaban bien”, dice agitando su plateada cabellera. “No importa, volveré mañana”.