Por: Kieron Monks/MWN
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No hay trenes ni buses cerca de Wimbledon. Para llegar allí debes dejar atrás las últimas señales de vida urbana. Cuando no veas cafés ni cabinas telefónicas y cada casa sea una mansión, habrás llegado al All England Club, la sede del torneo de tenis más antiguo del mundo.
Cada año, durante dos semanas, los reflectores apuntan a Wimbledon, que captura a 500 millones de televidentes en todo el mundo. Días antes de que empiece el torneo ya se respira la acción con los ingenieros acomodando luces en la cancha central y un ejército de recogebolas.
Fue en 1877 cuando comenzó el más importante Grand Slam. Y aquí aún se respiran tradiciones tan antiguas como el cróquet y los corsets. ‘Es como una fiesta en el jardín donde la gente juega al tenis’, dice el gerente del museo de Wimbledon, Ashley Jones, que muestra galardones como el del rey Jorge VI, que jugó en 1926.
Wimbledon es como un club privado. ‘La mejor forma de convertirse en socio es ganar el título’, dice Jones con gesto adusto, recordándome que cada año el presidente del club le entrega al campeón una corbata del torneo.
También pude ver un departamento de estadísticas basado en la colección privada de un historiador de 80 años al que no le gustan las cámaras. Todo funciona como un reloj y todos saben su lugar a pocos días de celebrarse la edición número 127.
Antes, tres de los cuatro Grand Slam de tenis se jugaban sobre césped; hoy Wimbledon es el único. Esto llena de responsabilidad al gerente de jardinería, Neil Stubey. ‘Esta es la pieza de grass más famosa en Gran Bretaña. No hay trabajo más importante para mí’, dice Stubley, que va a cumplir su torneo número 19.
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La preparación comienza en octubre, cuando el grass es removido y reemplazado por uno nuevo. Se hacen estudios para mejorar el pasto. Conforme se acerca el torneo, un staff de 35 personas prueba la resistencia de las canchas.
‘Cada año tratamos de mejorar el grass en un 2 o 3% y luego de 20 años hay una transformación’, dice Stubley. ‘Hoy las canchas son mejores y duran más’. Se enorgullece de la final del 2008 entre Roger Federer y Rafael Nadal, considerado el mejor partido de tenis de la historia.
Años atrás, el césped no habría soportado el trajín de ese épico encuentro (casi cinco horas de juego). Entre tradiciones y alta tecnología, el imperio verde se prepara para recibir a los mejores del mundo.