POR VERÓNICA KLINGENBERGER – Periodista – @vklingenberger
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Cuando el 2007 Amazon lanzó al mercado el primer Kindle de la historia, muchos vieron reflejarse en su pantalla negra el fin de los libros. Los nostálgicos se daban de cabezazos contra la pared, mientras el primer stock se vendía en apenas cinco horas.
El artilugio tenía capacidad para 1.500 libros sin ilustraciones y costaba menos de 300 dólares, y la apuesta del nuevo negocio de Jeff Bezos se concentraba precisamente en eso, en el costo. El precio tope de sus libros digitales se fijaba en 9,99 dólares. Quizá por eso, al poco tiempo surgió el temor de que ello terminaría con las librerías y con el trabajo de editoriales de todo el mundo. De hecho, una macroencuesta realizada por la organización de la Feria de Fráncfort entre mil editores de 30 países vaticinaba que el 2018 sería el año en que los libros electrónicos superarían en volumen a los impresos.
Felizmente, la historia siempre termina por vencer a la histeria y en los últimos cinco años se ha demostrado no solo que el libro impreso sigue con vida, sino que goza de una buena salud.
La noticia se complementa con historias -aunque poco creíbles- de jóvenes americanos que visitaron más librerías que cines durante el año pasado. Como fuera, dicen que los números no mienten y la venta de libros digitales no solo no superó a la de los impresos, sino que cayó en 10,8%. Eso en Estados Unidos.
En Europa, el llamado ebook nunca superó el 10% de las ventas de libros en general. Y en el Perú ni siquiera hay informes al respecto, así que asumo que acá lo que peligra es la buena lectura en general.
Todo ello nos lleva a comprender algo muy elemental y tranquilizador, y es que ambos formatos pueden coexistir. También pueden complementarse y de buena manera.
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Uno puede comprar un libro de arte, de cocina, de jardinería en formato físico. También bellas colecciones de narrativa y poesía. Libros clásicos que merecen tocarse y olerse, guardarse y hasta lucirse. Pero es posible a la vez acceder a lecturas más rápidas y desechables a través del Kindle: novelas de detectives, ediciones de bolsillo, títulos que nos generan mucho interés y a los que podemos acceder al mismo tiempo que el más ávido lector del primer mundo.
Lo que sí, los verdaderos lectores debemos asumir un compromiso de verdad con las librerías. Al menos visitar la que más nos guste una vez al mes e intentar adquirir por lo menos un libro.
Las librerías son espacios que necesitan subsistir, y en el caso de nuestras ciudades, multiplicarse.
Hace poco leí sobre un librero que sufrió un importante robo. Le arrebataron primeras ediciones y colecciones muy valiosas y difíciles de encontrar. A los pocos días recibió la llamada telefónica de una mujer que se ofrecía a enviarle varias copias autografiadas de sus libros. El librero tardó en reconocer la voz al otro lado de la línea: se trataba de la cantante y poeta Patti Smith. ‘Es muy amable’, alcanzó a decirle. Ella respondió: ‘Bueno, realmente amo las librerías, significan mucho para mí’.
Si hay algo que queda claro luego de todo este tiempo de especulación y miedo por el mundo digital es que el libro no va a morir siempre y cuando sigamos leyendo. Lo que debemos cuidar y preservar como si se tratara de una especie en extinción es la buena lectura y los espacios que la fomentan.
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