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‘El horror a colores’, por Verónica Klingenberger

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Por Verónica KlingenbergerPeriodista@vklingenberger

La incomodidad de las botas. El guiso de todos los días. Quedarse dormido de pie en una trinchera. El cerebro de tu colega volando en pedazos. El ruido ensordecedor de las explosiones y los gritos. Las risas y los baños improvisados sobre palos donde se defeca de a dos o de a tres. Los cigarros, las dentaduras destruidas, los pies gangrenados, las navajas de afeitar. La Gran Guerra fue real, pero nunca lo pareció tanto como en They Shall Not Grow Old (No envejecerán), el documental dirigido y producido por Peter Jackson.

La I Guerra Mundial fue devastadora (más de nueve millones de soldados y siete millones de civiles perdieron la vida) y su influencia en la historia es innegable (el surgimiento del nacionalismo, por decir algo). Pero cuando tratábamos de imaginarla solo nos quedaba remitirnos a esos cortos en blanco y negro donde jóvenes soldados caminan apresurados como en una película de Chaplin y los cuerpos se apilan en torpes paneos que disimulan la sangre en una variada gama de grises. Era el drama humano envejecido y enfriado, un documento histórico lejano que se acompañaba de estadística y análisis histórico.

El documental de Jackson es electrizante porque nos propone ver la Gran Guerra como nunca antes pudimos hacerlo: a colores, con sonido y en 3D. El encargo vino del Imperial War Museum del Reino Unido, que le entregó al cineasta neozelandés (cuyo abuelo sirvió al ejercito británico) todos sus archivos en película preguntándole si podía hacer algo distinto. El filme empieza con el mismo Jackson confesando que en un inicio no tenía ni idea de qué hacer, pero luego de llevar todo el material a sus estudios en Nueva Zelanda, se percató de que la limpieza y restauración de cada fotograma y su respectiva colorización eran todos los efectos especiales que necesitaba para revelar algo impresionante.

‘Quería que fuera lo que terminó siendo: 120 hombres contando una sola historia. Qué es lo que significó ser un soldado británico en el frente occidental’, dice Jackson en una entrevista.

Por eso la película no cuenta con narradores en off ni rotulados. La historia nos la cuentan chicos sin nombre que con las justas llegan a la mayoría de edad y que entre detalles horripilantes encuentran motivos para reírse de ese encargo absurdo que en un primer momento asumieron como un trabajo más. Todas las grabaciones son reales y fueron grabadas por la BBC en los años 60, cuando entrevistaron a unos 250 veteranos. Hay, eso sí, un cuidado trabajo de sonorización, que incluye el doblaje actuado a partir de la lectura de labios de ciertas tomas.

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Fue en la I Guerra Mundial cuando el hombre vio por primera vez un tanque bélico. Los mismos soldados narran que cuando les hablaban de tanques ellos imaginaban cisternas de agua. Tal vez por eso Jackson elija la toma de uno de esos monstruos de acero reptando sobre una lodosa trinchera para desplegar toda su magia. Porque la primera media hora de la película se nos presenta en blanco y negro y en ella vemos la improvisación y el ‘entrenamiento’ de las fuerzas británicas antes de partir al campo de batalla.

La transición entre esos dos mundos -la previa, cuando los chicos creían que se preparaban para una gran aventura, y la realidad, cuando los soldados se enfrentan al horror de una de las guerras más absurdas y mortales de todos los tiempos- enmudece y emociona en partes iguales: es como si por primera vez pudiéramos ver y oír con nitidez uno de los episodios más dramáticos de la historia humana.

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