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‘Jugando a ser mejores’, por Verónica Klingenberger

“Supongo que todos queríamos ser campeones pero sobre todo nos gustaba estar ahí, respirando el smog de la avenida Canadá y aprendiendo a competir en las condiciones más precarias”.

POR VERÓNICA KLINGENBERGER

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Periodista

@vklingenberger

Al Perú le falta mucho para ser un país deportivo. No hay incentivos ni infraestructura y, por lo tanto, la carrera de la gran mayoría de nuestros atletas es más una hazaña que una profesión decente. Lo que vemos en el fútbol es solo la punta del iceberg. ¿Por qué no podemos llegar más allá? Porque las canteras de futbolistas son aún precarias y corruptas, y por ello producen poco. Los clubes son pocos, y mientras menos edad tenga el jugador, menos opciones hay para entrenar con dignidad, seriedad y visión. Bueno, lo mismo pasa con los demás deportes solo que multiplicado por mil, para peor, claro. Pero las cosas quizás estén cambiando y los Juegos Panamericanos sean, en ese sentido, una oportunidad para marcar un nuevo comienzo.

Crecí en buzo y con zapatillas que se clavaban sobre pistas de arcilla y tartán porque un día alguien descubrió que corría rápido. Así, entre los 11 y 17 años, mi segunda casa fue un estadio muy pobre y casi siempre nublado. En él, chicos de todo el Perú intercambiábamos consejos y sumábamos ambiciones sobre colchonetas con huecos: la más grande era superar nuestras propias marcas, lección insuperable de disciplina y madurez sobre todo para un adolescente. Así educa el deporte.

Supongo que todos queríamos ser campeones pero sobre todo nos gustaba estar ahí, respirando el smog de la avenida Canadá y aprendiendo a competir en las condiciones más precarias. Así, la comunidad de atletas era una familia que se las ingeniaba para seguir viva (colectas y donaciones eran cosa de todos los días). No tengo idea cuánto cobrarían los jueces ni los dedicados entrenadores que de 8 a.m. a 8 p.m. estudiaban cada postura para mejorar nuestra técnica y llevarnos lo más lejos que pudieran. La empresa privada brillaba por su ausencia. A los 17 años, con dos récords nacionales, ninguna universidad peruana me ofreció siquiera una rebaja, mucho menos una beca. Para estudiar, tuve que abandonar la que ahora creo que fue mi mejor lección. Todavía sueño que corro, así que también supongo que algo no se resolvió.

Felizmente, hoy los jóvenes deportistas peruanos tienen un poco más de suerte. El Estado ha invertido 1.200 millones de dólares en los Juegos Panamericanos Lima 2019. Se han creado la Villa Panamericana (un complejo urbanístico con 1.096 viviendas) y se ha remodelado por completo la Videna, sede principal que acogerá al atletismo, natación, ciclismo en pista y otros deportes. No puedo creer, por ejemplo, que el tartán del Estadio Atlético de la Videna sea el mismo que se se usará en Tokio 2020 y que las tribunas tengan hoy capacidad para 5.000 espectadores (en los Juegos se ampliará a 7.500). Tampoco que ahora tengamos un velódromo con 2.300 asientos, un centro acuático con una piscina olímpica y otra de saltos, pistas increíbles para BMX en la Costa Verde y coliseos remodelados como nuevos. Menos aún que uno de los distritos más poblados y emergentes de Lima, Villa María del Triunfo, cuente hoy con una piscina para waterpolo y estadios de béisbol, hockey, rugby… Y que en Villa El Salvador se invirtieran 30 millones de dólares en un polideportivo para 5.000 espectadores, que será sede de karatecas y gimnastas.

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Hay muchas otras obras que enumerar, pero el punto clave es que estas se mantengan vivas una vez finalizados los Juegos. Que en esos estadios, circuitos, piscinas y coliseos, chicos de todas partes del Perú se formen como ciudadanos y deportistas, que nos representen e inspiren a ser cada vez más valientes y mejores y que demuestren que se puede hacer carrera haciendo lo que más te gusta: jugártela por tu país.

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