Sao Paulo. El ultraderechista Jair Bolsonaro, un capitán de la reserva del Ejército con guiños autoritarios, llega como favorito el domingo a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil tras una campaña realizada mayoritariamente en las redes sociales y en medio a un país polarizado.
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El candidato ha generado controversia a lo largo de su campaña por afirmaciones como que no violaría a una diputada porque no se “lo merecía” (2014); que el error de la dictadura fue “haber torturado y no matado” (1999); que el expresidente Fernando Henrique Cardoso y los militantes del PT “deberían ser fusilados” (1999 y 2018) y que prefería tener un hijo “muerto que gay” (2011).
En 2016, durante el proceso de destitución de la expresidenta Dilma Rousseff, Bolsonaro dedicó su voto a la memoria del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, uno de los mayores símbolos de la tortura del periodo autoritario, y le calificó como “el pavor” de Rousseff, quien en su juventud fue detenida y torturada cuando estaba bajo la custodia de un organismo bajo el mando de Ustra.
A los 22 años, Bolsonaro se graduó en la Academia Militar das Agulhas Negras, una prestigiosa escuela de oficiales del Ejército, pero, una década después, se vio involucrado en episodios que le rindieron dos procesos disciplinarios y 15 días en prisión.
Esos incidentes le obligaron a pasar a la reserva en 1988 y, poco después, el ultraderechista inició su carrera política, enarbolando como banderas la defensa de la familia “tradicional”, la soberanía nacional, el derecho a la propiedad y el armamento del ciudadano.
Su discurso, apuntado como radical y autoritario por varios organismos, ha fragmentado la sociedad brasileña, en la que Bolsonaro transita entre la adoración de unos y el odio de otros.
Muchos atribuyen a sus inflamadas declaraciones la puñalada que recibió el 6 de septiembre mientras era cargado en hombros durante un mitin, y que le dejó hospitalizado por más de tres semanas.
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Como resultado de la agresión, los médicos desaconsejaron que Bolsonaro participase en debates televisados o actos en lugares públicos, por lo que el ultraderechista centró su campaña en las redes sociales, a las que llevó su agenda conservadora.
La clase militar ha ocupado una posición central en la esfera más cercana al capitán, en la que conviven también empresarios neoliberales, economistas vinculados a la escuela de Chicago y pastores de las iglesias evangelistas.
Su falta de conocimientos económicos que él mismo admite y sus propuestas de nombrar militares en varios ministerios, eliminar la “ideología” de las escuelas, enseñar “la verdad” sobre el régimen militar de 1964 o retirar al país del Acuerdo de París contra el Cambio Climático le han traído un sinnúmero de detractores.
En las últimas semanas, miles de personas ocuparon las calles del país para protestar en su contra bajo gritos de “él no”, una consigna que tomó forma a partir de la movilización de distintos grupos sociales, los cuales Bolsonaro calificó como “radicales”.
En medio de las elecciones más polarizadas desde que Brasil retomó su democracia, muchos electores ven en Bolsonaro la única vía contra la corrupción que llevó al gigante suramericano a una dura crisis económica y social, que salpicó a los principales partidos políticos y condujo a la cárcel el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, líder del Partido de los Trabajadores (PT).
Otros fueron atraídos por el discurso bélico de Bolsonaro, admirador de Donald Trump y defensor de la flexibilización del porte de armas, la reducción de la edad penal y la no investigación de policías en caso de que maten durante el servicio.
Padre de cinco hijos, cuatro varones y una mujer, y pese a las polémicas, el ultraderechista se apoya sobre todo en la confianza que tiene en sí mismo y en la máxima “Brasil por encima de todo y Dios encima de todos”, su principal lema.
Fuente: EFE