PUBLICIDAD
Por Zoë MasseyFOTÓGRAFA
Hace una semana, un amigo de mi nuevo barrio me llevó a ver lo que está haciendo ahora: nivelación escolar para los niños del lugar. En el salón, un profe enseña inglés a unos seis niños. En otra mesa, una profe enseña matemáticas. En la mesa central, una profe con mucho cariño corrige la ortografía de una hoja de prácticas. Otros pintan con plumones, todos supertranquilos, contentos, prestando atención. Carlos Lizano sonríe, sabe que lo que está haciendo está bien. Él mismo lleva a algunos niños caminando de vuelta a casa.
Me abro un ratito y la profe de la mesa central se me acerca y superdirecta me dice: ‘Hola, quiero que vengas a dar un taller de medio ambiente a los niños’. Me sorprende, conversamos, reímos, ella siempre mira directo a los ojos. Estudió en la Villarreal, ama a los niños, da clases hace tiempo en su casa y ahora salió esta oportunidad. Ella está muy orgullosa de su esfuerzo y de la acogida de los padres. Me cuenta que cuando los papás van a dejar a sus hijos por primera vez a su casa y se quedan durante toda la clase, ella los felicita porque son padres preocupados por sus hijos. Y que espera poder trabajar en educación siempre, y que los niños tengan más oportunidades y sueños. Ella me da su nombre. ‘Yo soy Romel’.
Después de pasarme un tiempo en busca de una persona de la comunidad transgénero que sea un agente de cambio -que no solo diga, sino que haga-, descubro feliz que esa persona, vive en mi barrio. Un barrio de recursos limitados, un poco olvidado durante invierno, amado en verano. Un barrio que no tiene más que un nido público, pero no colegio, y en donde una zanja en la calle se convierte en un mundo de juegos entre tierra y castillos hechos con cajas. Barrio de pescadores, mototaxistas, pequeños emprendedores, conductores de colectivos y bodegueros como Romel. Un barrio en el que nos saludamos siempre cuando nos vemos, nos conversamos en la bodega, en la playa, en el micro. Un barrio que es muy pequeño, tradicional, religioso y que tiene a una profe que te habla muy claro. Esta profe se llama Romy.
‘Yo estudié como varón, pero luego me fui cuidando más, vistiendo más femenina. Ha sido difícil a veces en los colegios, porque claro, yo iba de hombre; pero se me salían cosas como que me agarraba mucho el cabello, ponía la mano de manera más femenina, a veces los chicos comentaban. Pero los niños no nacen con prejuicios, esos se los inculcamos los adultos de manera equivocada’.
Romy es una persona encantadora, que tiene las cosas muy claras, que tiene mucho que contar y entre una y otra cosa que me cuenta, se pone seria. De hecho recuerda un poco, viaja en su vida. Pero se ríe. Una vecina nos acompaña en la entrevista y le pide consejos sobre cómo hablar con su nieta, y yo solo pienso que Romy, sin darse mucha cuenta, está creando en estos niños un mundo en igualdad, sin discriminación, en el que todos somos iguales, que nuestra orientación no nos hace mejores o peores persona. Y eso me hace seguirla a clases, verla con sus chicos. Cómo la quieren, cómo le dicen ‘Miss Romel’ y le hacen caso en todo. Ella se acerca a cada uno. Una mamá que viene por primera vez se la quiere llevar a su casa porque ‘es una trome’. Y sí, lo es.
PUBLICIDAD
’Creo en ayudar’
¿Cómo es crecer en el 43? (El 43 es la playa El Silencio, distrito de Punta Hermosa)
Romy Rivas: Es espectacular, es lo mejor que me ha pasado en la vida. Yo nací en el 43 y aquí voy a morir. Aquí se vive tranquilo, es un pueblito chiquito. No hay contaminación, no hay smog, el mar relaja, amo vivir acá. De hecho, cuando empecé a mostrarme como soy, fue difícil para mi familia, pero nunca me he engañado, nunca me he metido en escándalos y eso hace que yo siga siendo respetada. Hay quienes me miran mal y eso me incomoda más que si me insultan en la calle. Hay papás que hacen que sus hijos me digan cosas incorrectas, a ellos los encaro. Yo soy muy tolerante, quizás mi carrera me ha dado eso también, pero tengo un límite. Como mi cambio ha sido un proceso que fue poco a poco, la gente se ha acostumbrado. No trato de exagerar por mi carrera y ‘a pesar’ de mi opción, aquí me dan la oportunidad de trabajar en educación.
¿Cómo nace tu pasión por la educación?
Romy Rivas: (Se ríe). Desde chico sentaba a mis hermanos y jugaba al colegio; así como el profesor Jirafales, los ponía a hacer tareas. Escribía con tiza en la pared. Estudié cinco años con la mira de servir a la niñez, sobre todo a mi comunidad. Doy clases de nivelación escolar todos los veranos a precios accesibles para ayudar a los papás. Fui catequista y creo que eso, más mi profesión, me hace tener amor al prójimo, me gusta compartir. Creo en ayudar, en que si hay en casa, hay que dar a quien no tiene. Creo que desperdiciar es pecado. Yo tuve una proyección en mi carrera, entrar por la puerta grande y salir por la puerta grande, sin que me cuestionen por quién soy.
NOTAS RELACIONADAS
‘La palabra de la clown’, por Zoë Massey
p=. ‘Lili y Claudia, tendiendo puentes de ayuda’, por Zoë Massey [AGENTE DE CAMBIO]
p=. ‘Arte vs. Campaña’, por Zoë Massey
p=. ‘De tapitas de plástico a sillas de ruedas’ por Zoë Massey [AGENTE DE CAMBIO]