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Jorge Sánchez Herrera – Nómena ArquitecturaArquitecto/Urbanista jorge@nomena-arquitectos.com
Esta es una columna dedicada a la ciudad y su arquitectura, pero hoy me tomo una licencia. Después de todo, ¿hay algo más importante que volver a un Mundial después de 35 años? Treinta y cinco es también mi edad. Nací en mayo del 82, mientras la selección hacía maletas para España.
Y si bien rondaba por mi casa algún Naranjito de mi hermana, mi primer souvenir oficial mundialero fue una taza de Milo de México 86: ‘El mundo unido por un balón’.
No tengo más recuerdos de México, pero a partir de Italia 90 tuve que elegir un equipo para poder vivir el Mundial dignamente. Así grité con cada penal que ‘el Goyco’ le tapó a los italianos, y estaba seguro de que también le taparía el inexistente penal a Brehme en la final. Me equivoqué y Maradona tuvo que recoger su medalla de plata mientras sonaba Un’estate italiana, la canción más linda de todos los mundiales.
El siguiente fue el Mundial de Bebeto y Romario, aunque yo hinchaba por la Italia de Gianluca Pagliuca, Baresi y Roberto Baggio; para mí nadie jugaba como ‘el Codino’. Pero en la final, él y Baresi patearon los penales más espantosos posibles, y le dejaron a los brasileños el honor de ser el primer te-tra-cam-pe-ão.
Para el 98 pensé que al fin dejaría esa triste costumbre de alentar equipos ajenos, acabando con la maldición de ’16 años sin mundial’. Mi papá me llevó a cada partido que la selección jugó en Lima y gritamos con cada ‘chorrigolazo’, en especial aquel ante Uruguay en Lima que nos puso cuartos, tres puntos por encima de Chile, una fecha antes de visitarlos.
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En la noche más negra que recuerdo, el insoportable de Marcelo Salas se encargó de que tuviéramos que elegir una nueva camiseta. En Francia fui a lo seguro -Brasil- solo para que Zidane volviera a quitarme la ilusión con dos cabezazos, su especialidad.
Lo que vino luego, los 16 años que vinieron luego, fueron tan o más horribles que el 4-0 en Santiago. Ningún entrenador pudo armar un equipo que siquiera nos acerque a la ilusión. Las selecciones fueron el fiel reflejo de su país: una sumatoria de individuos que hacían lo que podían, pero incapaces de organizarse para conseguir un objetivo común. Nunca un equipo, menos una idea.
Pero el miércoles pasado, mientras abrazaba a mi papá que gritaba ‘¡se acabó!’, pensé que este grupo podría ser también el reflejo de un nuevo país. Tienen en Ricardo Gareca a un líder con una visión y en la Federación a un equipo que trabaja para que puedan llevarla a cabo.
Es joven, humilde y emprendedor -lo que siempre hemos sido los peruanos-, pero esta vez parece haber entendido que todos son más importantes que cada uno. Saben que solos no llegan a ninguna parte, pero juntos pueden cambiar la historia.
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