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POR VERÓNICA KLINGENBERGERPeriodista@vklingenberger
El silencio era hasta hace un tiempo un síntoma de buen augurio. ‘No news, good news’, aseguraba un dicho que heredé de un tío bonachón. La idea era usar la frase ante eventuales reclamos de amigos y familiares que no sabían nada de uno. Pero últimamente esa máxima ya no resulta tan cierta. Sobre todo, cuando uno espera, de verdad, respuestas a propuestas de trabajo e invitaciones personales. En estos tiempos, la manera más común de decir no es quedarse callado. El mínimo gesto de consideración -como, por ejemplo, agradecerle a alguien por su propuesta, pero informarle que el servicio se le encargó a alguien más- genera sospechas.
Hace unos días una amiga comentaba lo mucho que le había sorprendido un correo de disculpas de una pequeña empresa. Había solicitado sus servicios sin recibir respuesta inmediata, cuando de pronto le llegó esta misiva a lo Downton Abbey. El remitente lamentaba el prolongado silencio y se excusaba dando explicaciones que hoy nadie espera. Su sorpresa se manifestaba como disimulada burla, como si la sincera preocupación por el otro fuera un bicho raro en la Lima actual. ¿Lo es?
No me atrevo a decir que la solidaridad se ha perdido. Pero sí hay una especie de nueva forma de ser limeña que parece haber sido moldeada por el individualismo más egoísta y la falta de reconocimiento en el otro. Esa forma de ser puede resumirse en dos abominables estilos practicados por dos abominables políticos: el achoramiento a lo Cecilia Chacón y el achicamiento a lo Luis Castañeda.
El primer estilo se refleja perfectamente en el tránsito diario a la hora punta. Es el te meto el coche, me estaciono donde me da la gana, me mecho con cualquiera que se me cruce. Para sus seguidores, la etiqueta social es huachafería. En su máxima expresión, estarían esos estafadores por teléfono que se hacen pasar por tíos o sobrinos y que cuando los descubres te insultan a gritos y te cuelgan.
El segundo estilo lo practican los que adelantan por la auxiliar y por nada del mundo quitan la inmutable mirada del frente, como si existieran solos. Son las empresas que te siguen cobrando lo mismo sin informarte que el plan que tienes hoy vale la mitad. Es el alcalde de Lima que no se presenta ante el Congreso para explicar su responsabilidad en el accidente ocurrido en el cerro San Cristóbal.
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Dos cartas publicadas luego de dicha desgracia son prueba de esas nuevas formas. La primera fue de la empresa Mirabus. La segunda de la Municipalidad de Lima. El objetivo de ambas era sacar cuerpo y deslindar responsabilidades. La primera tenía sentido: muchos medios se referían al bus que se desbarrancó usando el nombre de dicha empresa. La segunda era solo una raya más a un tigre más cobarde que el de He-Man. Pero ambas olvidaban empezar con lo más importante: demostrar empatía hacia las víctimas y sus familiares, y lamentar la tragedia. ¿Así de chuscos y desalmados nos hemos vuelto?
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