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“Nación Plagio”, por Verónica Klingenberger

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POR VERÓNICA KLINGENBERGERPeriodista@vklingenberger

El copy paste es nuestro copyright. En el Perú, plagia el cardenal, plagia el escritor, plagia el periodista, plagia el candidato político, plagia el curador de arte y, obviamente, plagia el publicista. A la mayoría mucho no le importa y los demás nos olvidamos rápido. Lo terrible es que, salvo mínimas excepciones, ni se sanciona la falta ni se dan las disculpas del caso con verdadera humildad y arrepentimiento. Más bien, lo habitual es culpar a la secretaria, la falta de espacio o simplemente negarlo todo (o sea, seguir mintiendo) aún cuando todas las pruebas sean contundentes y la evidencia innegable.

No siempre fuimos así. ¿Pero hasta cuándo fuimos rigurosos y originales? ¿Y qué fue lo que pasó para que todo, hasta el honor y la paz mental del trabajo propio dejen de importar con tal de sobrevivir al ‘deadline’ y ganar una falsa aprobación o celebración?

Un párrafo-paréntesis. Alguna vez, hace muchos años, Charly García me dio una lección que nunca olvidé. Mientras me señalaba con sospecha por trabajar para una revista política (era redactora de Caretas), dijo desafiante: ‘siempre digo lo mismo y todo lo que digo lo leí en una revista o lo vi en una película… no pretendo tener ideas propias como algunos tarados o taradas y esas boludeces políticas’. La tarada, por supuesto, era yo, que acababa de insinuar que su ego era demasiado grande en alusión al disco que venía a presentar. Los detalles no importan, pero más allá de su piconería, algo de esa frase retumbó en mi cabeza de tal forma que hasta hoy la recuerdo, y muy seguido. El punto es que toda hipótesis se apoya en otras y que toda revelación surge, por lo general, a partir de otras que la precedieron. Por ello, de alguna manera, todo podría ser lo que en periodismo llamamos ‘una volteada’, pero lo valioso está en siempre aportar al menos algo nuevo. O intentarlo: una idea, una pregunta, una mirada. La apropiación del pensamiento ajeno, y su versión más radical, el plagio, son todo lo contrario.

Dos hipótesis sobre lo que podría estar pasando y que de ninguna manera deben leerse como defensa o excusa. La primera: cabría preguntarse si la informalidad no ha contaminado incluso el trabajo intelectual y creativo. El plagio supone corrupción, ilegalidad y una pérdida radical de empatía y respeto hacia el trabajo de otro. No contentos con copiar una idea, los plagiarios roban párrafos, páginas, textos enteros.

¿Hay algún tipo de patología implicada? Me cuesta imaginar cómo se cruza esa línea. El pavor que me genera es el mismo que me daría abordar un vuelo con droga en la maleta. O cometer cualquier otro delito. De repente por eso, hasta ahora, solo me he atrevido a plagiarme a mí misma y ya me pedí perdón por ello. La segunda: la celeridad de estos tiempos modernos, en los que cada vez es más difícil asegurarnos el ocio necesario para la instrucción y la reflexión. Cuando todo es acelerada rutina, el estrés puede ser el detonador. No se puede pensar bien si se está apurado. Pero siempre hay salidas. Echarse para atrás, renunciar a tu trabajo, tomar unas vacaciones, cambiar tu rutina, reorganizar tu cronograma.

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El plagio es robo y sinvergüencería. Por eso, el único camino de regreso posible pasa por pedir disculpas y ser sancionados.

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