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La Universidad en la Ciudad, por Jorge Sánchez Herrera

Jorge Sánchez Herrera – Nómena ArquitecturaArquitecto/Urbanistajorge@nomena-arquitectos.com

Hace unas semanas, el Instituto Tecnológico de Monterrey (TEC) anunciaba su intención de abrir hacia la ciudad el campus que tiene en México DF. Como parte de su proyecto Distrito TEC, pretenden empezar a borrar los límites que encierran el perímetro del campus a través de algunas intervenciones piloto como pequeños ‘parques de bolsillo’. El proyecto va más allá de la sustitución de rejas por espacios de uso público. Lo que el TEC quiere es ir reemplazando la idea de un campus introvertido y autosuficiente por uno abierto y compenetrado con la ciudad; uno que sea capaz de estimular la investigación, cultura y economía de su comunidad.

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Lo del TEC se alinea con una tendencia global. Un estudio hecho en el 2015 por el Laboratorio Urbano del University College of London (UCL) analiza una serie de casos que tienen a instituciones académicas como principales actores en procesos de renovación urbana. Ahí están las universidades de Columbia y Pennsylvania en EE.UU.; y Newcastle y Cambridge en el Reino Unido, entre otras. Con diferencias especificas en cada caso, hoy estas universidades intervienen en la reorganización de sus ciudades para afrontar nuevos tiempos, procurando generar o ser parte de clústeres o ‘hubs’ de innovación, términos claves dentro de una nueva economía del conocimiento.

Según el estudio, en general estas universidades construyen en áreas urbanas, con énfasis en la conectividad y accesibilidad, así como en la flexibilidad y resiliencia de sus edificios, procurando que tengan usos menos definidos para permitir su evolución en el tiempo. Uno de sus principales objetivos es poder reintegrar a los científicos, investigadores y académicos con las comunidades locales, para que estas instituciones puedan volver a ser parte de las discusiones sociales, económicas y políticas de la ciudad.

En el Perú, normalmente las cosas funcionan al revés. Algunas universidades prefieren alejarse de las áreas urbanas consolidadas, y las que no lo están, encierran sus campus detrás de muros tan altos como los de un penal, con controles de ingreso más estrictos que los de un aeropuerto, en algunos casos. En contra de las tendencias, aquí las instituciones académicas procuran brindar al alumno todo lo necesario para poder aislarse de la ciudad. Como si de un nido o colegio se tratase, y hubiera que resguardar a los alumnos de algún peligro exterior.

No es un tema menor. La forma cómo imaginan o plantean sus espacios y entornos son, entre muchas otras cosas claro está, la razón por la cual aquí las universidades tienen poca o ninguna relación con su comunidad. Porque sus campus no solo impiden las conexiones con la ciudad, sino también con la sociedad civil, lo que es más grave aún.

Pocos ejemplos son más gráficos de esta desconexión que al hablar de planificación, construcción o reconstrucción de nuestras ciudades. Allí la opinión de nuestros científicos e investigadores es reemplazada por la de empresarios y políticos; y una universidad cobra menos importancia que una empresa constructora.

Creo que pocos dudan del valor de las reformas educativas emprendidas, pero habría que entender que la irrelevancia de las instituciones académicas en nuestras discusiones diarias va más allá del nivel de profesores o alumnos. Las universidades serán más útiles para el país en la medida en que sus actividades y miembros se desarrollen, interactúen y confundan en el mismo espacio físico que el resto de la sociedad.

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