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Jorge Sánchez Herrera – Nómena ArquitecturaArquitecto/Urbanistajorge@nomena-arquitectos.com
Hace unos meses me llamaron para sugerir un proyecto peruano que pudiera ser postulado para el Premio Salmona. Poco o nada me vino a la mente. Rogelio Salmona fue un arquitecto colombiano que destacó sobre todo por la manera en que su obra borraba los límites entre los espacios privados y públicos. El conjunto habitacional Las Torres del Parque de Bogotá, quizás su obra más reconocida, es un magistral ejemplo de cómo un proyecto puede generar espacio público y lugares de convivencia. Es esto, al margen de si es o no un proyecto público, lo que busca reconocer su Fundación a través del premio, que el año pasado tuvo su segunda entrega. En la primera, Larcomar fue el único proyecto peruano nominado.
Larcomar no es un espacio público, sino un centro comercial privado. No es un espacio público en el estricto sentido del término: no son nuestros impuestos los que pagan por él ni es el Estado el encargado de mantenerlo. Pero genera un espacio abierto, de uso colectivo, donde cualquier mortal puede entrar y pasearse viendo el mar sobre sus plataformas, a menos que se viole la ley discriminando.
La idea de promover espacios privados que sean de dominio público no es nueva. En Europa y Estados Unidos se les denomina POPS, por sus siglas en inglés (Privately Owned Public Space) y normalmente ocurren mediante un intercambio entre el promotor y la ciudad. A cambio de unos metros cedidos a la calle se permiten algunos metros más de construcción, por ejemplo. Aunque sé que San Isidro viene trabajando en una, no conozco de ninguna normativa en Lima que promueva estas ‘cesiones’ hacia el espacio urbano.
Por eso no me vienen a la mente muchos ejemplos de arquitectura privada que haya generado espacio de uso público últimamente. Pienso en el poco usado Complejo Paseo Prado, entre las avenidas Javier Prado y Jorge Basadre. O en el edificio Chocavento, en el Centro Financiero de San Isidro, cuyo primer piso conecta las avenidas República de Panamá y Canaval y Moreyra con la Calle Los Tucanes. O, más recientemente, el Strip Mall Paso 28 de Julio, que genera una plazuela abierta en la esquina de 28 de Julio y Paseo de la República en Miraflores.
Es cierto que estos espacios, así como Larcomar, son controlados y monitoreados. Carecemos de verdadero espacio público y espero que nadie piense que estos ejemplos pueden ser su reemplazo. Pero Lima es una ciudad en la que el suelo es mayoritariamente privado, que se construye únicamente bajo los reglas del mercado. Un mercado que, ya sabemos, no es generoso con la ciudad. Por eso, yo creo que en Lima mejor un POPS que nada.
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En el 2016, el Premio Rogelio Salmona se lo llevó un mercado en Cuenca, Ecuador. Los otros finalistas fueron edificios de Medellín, Santiago, Cuernavaca y San Gabriel de Cachoeira (Brasil). ¿Aquí? Bien, gracias.
Una buena ciudad existe cuando a un mal arquitecto se le dificulta hacer un mal edificio, o al menos uno que le haga daño a la ciudad. En Lima, por el contrario, es muy difícil hacer buenos edificios para la ciudad, aun para los mejores arquitectos. Ahí es donde el Estado, a través de sus municipios, tiene mucho trabajo que hacer.
Cambios de zonificación, por Jorge Sánchez Herrera
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Si no la necesitas, no la pidas. Controlemos el uso innecesario de los materiales de plástico. Las ideologías ofrecen falsas seguridades
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